Hay días que sólo encuentro la elegancia a pie de río. La elegancia es la forma que toma la belleza
cuando nadie la exprime ni la obliga con retóricas o jardinerías, cuando la
vida salvaje se organiza y nosotros logramos ver o imaginar debajo de ese caos
su sentido y su equilibrio. Pero no vale sólo con mirar, es necesario saber,
ser curioso, investigar, descubrir, conocer cuales son las leyes invisibles que
han hecho posible todo esto.
En las selvas urbanas ya sólo
encuentran elegancia los arquitectos pagados de sí mismos o los poetas del
lumpen que igual se fascinan por una máquina electrónica que por una vieja estatua
cagada de palomas. En las selvas urbanas el pescador se aburre aunque en otro tiempo
fue allí donde encontró emociones y placer, amistad y fiesta, amor y risas. Pero esa es otra
historia.
El pescador en su atuendo,
de alguna forma, muchas veces tambien poco visible, intenta la elegancia. Pero
vestido con su equipo se parece más a un comando que se va a adentrar de misión en el corazón de las tinieblas y lleva todo el equipo necesario para cualquier
contingencia. Sin embargo hay detalles, guiños, gestos que hablan de esa
voluntad: el viejo sombrero, el pañuelo del cuello, la simetría con la que ha
rellenado todos los bolsillos y colgajos del chaleco o la forma en la que
escribe en el instante y sobre el agua un simple lance rodado. Elegancia.
Y recuerda el pescador a
otro colega realmente elegante, leyó muchas veces sus palabras en viejas
revistas y contempló su estampa dandy en las fotografías. Su sombrero emplumado
era inconfundible, como sus camisas de cuadros, su corbata, su ademán con la
seda y su forma de escribir. Nunca lo conoció en persona pero aprendió de él
muchas cosas para ser elegante en el río y con los peces. Este pescador se
llama Augusto Rodríguez.
Ahora que todos vamos al río
pertrechados como para ir a una guerra, que se impone el perdigonismo, pescar
al hilo, exprimir las pozas, lanzar lejísimo, poseer lo último en equipo, sedales
y señuelos, recupero a veces las lecciones de Augusto, pescar con voluntad de
elegancia en cada gesto o astucia y ser elegante con las truchas y el agua,
como ellas lo han sido siempre conmigo desde la armonía salvaje con la que nos
obsequia el río a cada paso.