Ernest
Hemingway tardó quince años en dar forma al cuento “el viejo y el mar”.
Antes había
escrito la simplona y rosa novela “adiós a las armas”, la chorrada de “fiesta”,
la llena de mala leche “tener o no tener”, la venenosa obra de teatro “la quinta
columna” o la farragosa y estereotipada “por quién doblan las campanas”, además
de muchos cuentos, la mayoría muy malos, apenas uno o dos buenos. De aquella
panda prefiero la escritura de Dos Passos, Faulkner, Steinbeck o sobre todo a Scott
Fitzgerald. Pero “el viejo y el
mar” es otra cosa. Ese cuento largo vale mucho más que toda la obra de
Hemingway de antes y de después. Sólo un apasionado pescador además de un gran narrador podía escribir esa historia. Sólo un apasionado escritor además de
buen pescador podría haber invertido quince años en dar forma a ese cuento tan
sencillo y profundo, tan claro y potente cuyos únicos protagonistas son un
pescador, un pez y el mar.
A todas las
novelas de Hemingway les pesa el paso del tiempo, hoy a todas se les ven los
cartones y las costuras salvo a “el viejo y el mar”. Le digo al mi hijo el
pescador que merece la pena, una de estas tardes de vacaciones, coger el libro,
una buena sombra, un gran vaso de granizada de limón y volver a leer.
Mejor si estás
junto al mar.
Coda: Me gusta
mucho el cuento “el gran río Two-Hearted”, son apenas nueve páginas
minimalistas en las que el lector va rellenando con mucha facilidad todo lo que
las palabras omiten. Si además el lector es un pescador entenderá mucho más lo
que no está escrito y permanece escondido para los no pescadores.