Hay truchas se te meten en el sueño. Truchas brujas, mágicas, ojalá ondinas disfrazadas de pez. La has tenido toda la tarde subiendo a comer mosquitas a unos pocos metros de ti y has contemplado con todo detalle la forma de su cabeza, la gracilidad de sus baños, la librea oscura de su piel y sobre todo ese tamaño de superviviente, de trucha arrogante, orgullosa de su edad y sus aprendizajes, enorme. Se ha burlado de todas tus moscas y mañas hasta el anochecer. Luego, ya en casa, cuando te has medido en la cama, se ha colado en tus sueños y aparece una y otra vez subiendo a la superficie de un río transparente a través del que puedes ver todo, hasta el futuro, y nunca toma tu mosca.
A veces el sueño cambia. Luchas con ella, en una tabla grande, honda y con corriente, metido en el agua, con una caña ligera. Sientes el sol en la espalda y a veces la sombra verde de los sauces te deslumbra. Descubres que los pies saben dónde de pisar y cómo. Suena el freno y el sedal corta el agua. No se rinde el pez, conoce bien el agua, quiere llevarte al hueco que hay debajo de la espuma y luego a las raíces sumergidas y después descolgarse tras la cadena de raseras, corriente abajo. Te sientas a mirar su piel, el brillo del agua, el musgo de las piedras. Ya libre la trucha, te tomas tu tiempo para volver a pescar. Saboreas lo que nadie ha visto y el sueño se repite, pero es distinto, siempre.
Alicia se coló por un espejo. El tuyo es de agua. Vas al río y tocas las maravillas.