El coche es una máquina muy peligrosa.
Es mucho más seguro estar en una trinchera del Somme con sólo una browning 1911
o bailar con un Schmeisser MP-28 sin seguro con
el que se pegó un tiro Durruti. Conducimos de acá para allá todos los días
metidos dentro de una puta chatarra y pensamos que nos proteje el pellejo como
si fuera una caja fuerte. En
aquel viaje conducía su amigo Michel Gallimard. Él iba de copiloto. Reventó una
rueda de atrás y el precioso Facel Vega FV3B comenzó a pegar bandazos por la
recta hasta chocar a gran velocidad contra el único arbol. El automovil quedó
partido en tres pedazos. Albert murió en el acto. Michel, su mujer y su hija
que iban detrás tuvieron mejor suerte.
Baja al Tiétar en medio del invierno. Conduce
con cuidado. La arena y la hierba seca cruje escarchada. Va bien abrigado pero
el viento se va colando por alguna esquina de la ropa y le va helando. Camina
mucho tiempo. No se para. Desde muy joven descubrió que conducir o caminar
nunca le cansa, al contrario, le llena de una extraña energía, una euforia
infantil que siempre le sorprende, en cambio, si se para, siente el
agotamiento, la pereza, la vida brilla menos.
Llega hasta una poza grande y redonda
con una ruina extraña que sobresale en medio y nunca ha sabido que pudo haber
sido en otro tiempo, tal vez un pilar de puente o los cimientos de un viejo
molino cuando el cauce era otro muy distinto. Al segundo lance clava. Una pelea
bonita, con carreras intensas y hasta un salto. Hace una foto al pez y al volver al agua pega otro salto. Piensa que
debe haber barbos con alma de salmón. Sigue caminando, ya siente el frío en
todas las esquinas pero no le importa. Con leña de arrastre, en medio de una
playa solitaria, hace una hoguera. Durante un rato, sentado sobre un tocón
lavado por mil riadas, deja que el fuego le temple un poco. Recuerda “el verano”
de Albert Camus, escrito en el oscuro invierno bélico de 1940, un librito de
pocas páginas que suena y calienta como una hoguera grande: “En medio del invierno, descubrí que había,
dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque esto dice que
no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; dentro de mí hay algo más
fuerte, algo mejor, empujando de vuelta”. Veinte años después es ya un
escritor conocido en todo el mundo, querido, admirado, leído, releído. Pero un
coche es una máquina muy peligrosa y la vida es esa cosa frágil que se deshace
por cualquier torpeza, enfermedad o azar. Entonces, antes de lanza otra vez el señuelo, se dice: Bebe, respira, acaricia
mientras puedas ese verano invencible…