He escuchado esta mañana que los médicos tratan a los enfermos de
COVID 19 con cloroquina y la hidroxicloroquina y me he acordado de mi
amiga Francisca Enríquez de Rivera, una señorita pija que se casó con
Virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, IV conde de
Chinchón, y que en el verano de 1630 se estaba muriendo sin remedio. Al
principio era algo de fiebre, luego vómitos, más fiebre alta, tiritonas,
debilitamiento general e imposibilidad para comer. Los mejores médicos
españoles del virreinato probaron todos sus potingues, drogas y
tratamientos, pero nada la curaba. La condesa va a morir sin remedio
como tantos españoles, debilitada por una terrible y extraña fiebre
convulsa. Entonces, una criada india que la cuidaba, le dio a probar un
potingue amargo que muchos pueblos andinos tomaban para curar esas
fiebres mortales. El remedio, ante el asombro de todos los matasanos,
curó a nuestra Francisca.
Otras fuentes sugieren que fue Diego Torres de Vázquez, jesuita y confesor del virrey, quien le indicó que probase con esos polvos hechos de corteza de un árbol, que había visto tomar a los indígenas. Se dice que los médicos del Virrey no se atrevieron al principio a dar la la condesa el bebedizo indio y probaron antes con otros muchos enfermos de fiebres que había en el Hospital de Lima y estos se curaron. Entonces lo tomó la condesa y voilá!.
Otras fuentes sugieren que fue Diego Torres de Vázquez, jesuita y confesor del virrey, quien le indicó que probase con esos polvos hechos de corteza de un árbol, que había visto tomar a los indígenas. Se dice que los médicos del Virrey no se atrevieron al principio a dar la la condesa el bebedizo indio y probaron antes con otros muchos enfermos de fiebres que había en el Hospital de Lima y estos se curaron. Entonces lo tomó la condesa y voilá!.
Los Condes de Chinchón, cuando regresan a España, no se cansarán de
recomendar ese fármaco mágico: la quina, los "polvos de la condesa" que
salvarán la vida a partir de entonces a miles de europeos. La sustancia
se extrae de diferentes especies del género Cinchona, que se llama así
porque el naturalista sueco Carlos Linneo le puso el nombre en honor a
nuestra amiga la condesa de Chinchón. Las principales especies son la
Cinchona calisaya o quina amarilla, la Cinchona ledgeriana, la Cinchona
succirubra o quina roja y Cinchona officinalis. Todos son árboles que se
dan en territorio andino: Ecuador, Colombia, Bolivia, Perú y Brasil.
Luego Carlos III enviará a Perú y a Chile una expedición organizada por
los botánicos Hipólito Ruiz y José Pavón, a la que se sumó el médico y
botánico francés Joseph Dombey. Nuestro experto en los ingredientes del
gintonic Hipólito Ruiz escribió la “Quinología o tratado del árbol de la
quina” y luego nuestro gran botánico Celestino Mutis escribió otro
tratado sobre la quina: “El Arcano de la Quina” (1828), obra póstuma
publicada en Madrid en 1828.
El inglés William Cunnington, a
fines del siglo XIX, inventó un refresco carbónico con extractos de
quina, el “Tonic Cunnington”. El potingue es amargo así que para mejorar
el pelotazo antipalúdico los ingleses le añadieron el alcohol que
tenían entonces más a mano: la marinera ginebra. Y voilá el gintonic!
Ahora, moléculas más modernas que fabricamos a partir de aquella
viejísima quina peruana, se utilizan como un tratamiento experimental
para luchar contra el COVID 19. No debemos olvidar que de las selvas que
estamos arrasando salieron y salen miles de fármacos eficaces. Gracias a
los bosques y selvas, los árboles y, sobre todo, gracias al
conocimiento ancestral de los indígenas, contamos con un montón de
moléculas con principios activos curativos como la popular aspirina o
esta famosa quina “de la condesa”. En estos tiempos en los que estamos
haciendo desaparecer para siempre muchos ecosistemas salvajes del
planeta deberíamos considerar, de forma egoista, que dentro de ellos tal
vez esté el remedio de enfermedades futuras.
Extremadura era una
zona palúdica. Gracias a los nuevos tratamientos con derivados de la
quina, la desecación de humedales, la introducción de la gambusia y las
campañas de profilaxis se erradicó en 1964. Don Jaime, mi estupendo
profesor de Ciencias Naturales de primero de BUP, nos hablaba de
aquello. Él tuvo malaria. Hoy hay vacunas, mejores profilaxis,
mosquiteras buenas… pero cada dos minutos muere un niño por la malaria,
600.000 personas al año. 200 millones de casos clínicos anuales. La
enfermedad que más mata... La enfermedad que más ha influido en la
historia de la humanidad.
Durante este confinamiento cuarentenero
echamos de menos los gintonic de nuestra amiga Pituka. Los hace con
ginebra Nordés, tónica sin azúcar, hielo roca y todo tipo de yerbas de
la madre celestina. El primero hay que saborearlo despacio y con buena
conversación, el segundo hay que compartirlo, con el tercero ves a dios
o, en su defecto, y con ganas de fiesta, a quién vivía en aquel perdido
paraíso boscoso mesopotámico que salía en el Génesis.
(Dedicado a Ignacio Rojo Herguedas, que me recordó ayer esta historia)