sábado

SEDAL

 

Su amada Leda le regaló un diminuto ópalo que llegó a un mercado de Thera desde el confín del mundo. Idéntico al color que tiene hoy el mar fuera de la cala de la isla de Delos en la que construyó el pescador su pequeña casa. Techo de abrojos y retama, muros de piedra blanca y madera de naufragio, manta de piel de gazapo y redes puesta a secar en la pequeña playa. Tensa la vela para que acelere el barco y lanza el señuelo de plumas de ganso y perdiz que esconde uno de esos buenos anzuelos de bronce que forja su amigo Luciano en la fragua antigua que heredó de su padre. La brisa huele a hinojo y salvia, o tal vez lo imagina, o quizá se huele los dedos que estuvieron al amanecer dentro de la muchacha. Ella trenzó este hilo resistente que aguanta tan bien los peces. Deshizo un chal valiosísimo que tenía en su ajuar. Nadie conoce los misteriosos y finísimos vellones que tejen esos paños. Llegan de muy lejos junto con la pimienta y valen más que el oro. Un marinero loco le confesó un día que quienes tejían esa maravilla eran unos gusanos feos y blancuzcos, pero estaba borracho de vino resinado, ciego por mirar a las medusas y más anciano que Agatón el que hace pequeñas ánforas para ungüentos. Tras deshacer el chal, trenzó con maña sus hilazas púrpuras hasta hacer un cabo muy fino y muy largo de más de cincuenta brazas. El pescador aprecia más ese obsequio que la piedra preciosa. Cada tarde seca bien ese hilo de pescar y luego lo impregna con aceite de almendras y sebo de liebre. Las Llampugas que atrapa tienen también el color cambiante del ópalo y del mar. Nadie pesca más que él en esa parte del mundo utilizando las plumas anzueladas y la velocidad viento. Luego, al atardecer, nadan juntos hasta el lugar donde aflora del fondo un chorro de agua templada que calienta el volcán. Asan después uno de los pescados que no ha vendido y se aman mirándose a los ojos. Un viajero egipcio que visitó su isla y le vio transportar el pescado hacia el mercado, con un carbón afilado, sobre un trozo de papiro suavizado con piedra pomez, dibujó con unos pocos trazos su figura y su gesto. Luego, varios años después, con lapislázuli machacado, sangre de buey y arcilla, pintará al muchacho en el hermoso fresco en un palacio. Nada queda de ellos. Hace ya muchos años que el volcán reventó y borró la historia. Pero si vas Santorini donde una vez dicen que estuvo la Atlántida, en el museo de la ciudad moderna, podrás contemplar a nuestro pescador afortunado. Si nadas hasta el Nea Kameni sentirás el agua caliente que los acariciaba. En el mar que circunda la isla siguen nadando peces con piel de ópalo que unos llaman dorados o llampugas o koryphaina, en griego “pez delfín”. Y debes saber que el pañuelo grande que se ciñe tu amada a la cintura es igual que el de aquella Leda cuya trama deshizo con dedos sabios para tejer luego el primer sedal del mundo.