martes

FRIED


El maravilloso bigotudo loco, enamoradizo y abrazacaballos nos propuso el juego de Apolo y de Dionisos, la belleza racional y elevada frente (o junto a) la sensualidad libre. Así que a veces no sé si lanza la seda mi instinto dionisíaco o mi técnica apolínea, no sé qué me empuja a los ríos si la búsqueda de una invisible armonía entre el hombre y la naturaleza o la embriaguez de dejarme llenar por la primavera como una animalillo más. Perdonamos a Friedrich Nietzsche que se enamorase de Lou Andrea, que matase a dios y que nos llenase el rock & roll de nihilistas pero no le perdonamos meternos en el jaleo que desde entonces montan Apolo y Dionisos a la hora de extender la seda y lanzar hacia delante, lejos, justo hacia el lugar en el que el pez más grande nos aguarda.

Y al margen de esta tragedia se eleva la música de los insectos y los pájaros encelados, me descubre una cigüeña negra junto al agua y vuelve a aparecer como un presagio una oropéndola macho a menos de diez metros de mis ojos. La primavera sigue empeñada en cubrir de tormentas y de belleza mi vida, de presentarme a los pies todos los colores del mundo y renacer con ese orgullo tozudo que tienen todas las cosas salvajes. Si Friedrich hubiera nacido por aquí, en este sur, habría optado sin duda por salir de la mano de Dionisos a pescar unas truchas y llenarse los dedos del olor del cantueso, a salvo de la locura y el sabor amargo de pensar otro futuro.

He caminado durante todo el día de un río a otro, de G. a J., de D. a A., explorando nuevos rincones, a salvo de cualquier tragedia humana, fiándome de unas fuerzas que aún no he medido, envuelto en una naturaleza que no siento paisaje o escenario sino parte íntima de la piel y las palabras. Vuelvo a contemplar por unos minutos “el muro del gigante” donde el granito fractura en una civilizada forma de ángulos rectos, las moléculas duras buscan un orden y las simetrías que inventan las flores nos seguirán asombrando aunque hayamos descubierto su morfogénesis. Pero el misterio sigue ahí, está en nuestra mirada, en la voluntad de fabular el tiempo y hacer, gastar, inventar, pensar “porque sí”. Los pescadores derrochamos el tiempo a conciencia y no nos duele, al contrario, Dionisos nos guiña un ojo, Apolo nos cuida.


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