miércoles

LUPA

Microscopio de Hooke
Te has alejado de todo, otra vez deseando tocar escamas y soledad. Laura Marling canta por la radio “A Hard Rain's a-Gonna Fall”. Los versos de Dylan suenan también en el último capítulo de los “Peaky Blinders”, cuando el jefe de la banda se alía con los comunistas ingleses, se presenta a la elecciones y sale elegido miembro del parlamento por el partido laborista del distrito de Birmingham sur. Estamos a finales de los “¿felices? años 20 del siglo XX.
El rincón del embalse está lleno de grullas. Te miran y dudan entre hacer el esfuerzo de levantar el vuelo o la pereza de seguir arrulladas por la neblina de la mañana. No se van. Atas una pequeña hormiga. Un barbo viene de bien lejos por ese agua espesa para tomarla con violencia, como temiendo que algún otro le robase la golosina. P. monta unas hormigas diminutas en parachute, de abdomen negro brincado por un hilito de plata. Ni las truchas ni los barbos se resisten. Lo que le gusta de P. es su voluntad de perfección, ese afán incansable por mejorar sus montajes o su lance porque sí. P. lleva treinta años trabajando con similar perfección para una compañía que ahora cierra y el camino es el de “todos a la calle sin chistar”. El naufragio lento de la economía productiva tradicional a favor de la otra: global, especulativa, arbitraria, insostenible, financiera, burbujera… la lucha de los trabajadores locales con las armas antiguas de antes ya es inútil. La huelga es un juguete roto. La unión de los trabajadores ya no es la gran “Empresa insurreccional Organizada”, ese “Tesoro Perdido” del que hablaba Hannah Arendt. Leíste ayer sobre la huelga de la Canadiense de 1919 y te parece hoy ciencia-ficción. La “precariedad es la nueva normalidad a la que hay que acostumbrarse” ha dicho hace un rato por la radio un hijo de puta con audiencia. La modernidad y el futuro eran esto. Tal vez la nueva “empresa insurreccional organizada” tengamos que pensarla y hacerla desde otro lugar y de otra forma.

Atas una nueva hormiga y admiras de nuevo esa elegante perfección de los montajes de P. Lanzas otra vez al agua y otro barbo cambia la dirección de su camino para atrapar el señuelo. Al holandés Antonio van Leeuwenhoek le gustaban las sedas finas y el buen vino, quizá por eso vivió noventa años. Pero cuando hace más de 300 fabricó su secreta lupa, el mundo de lo pequeño se hizo visible. Un cristal de 200 aumentos le permitió ser el primer hombre en la tierra que contempló de cerca y en todo su esplendor diminuto a las bacterias y otros muchos microorganismos en una gota de agua de un lago cerca de su casa. También fue el primer tipo que vio a los espermatozoides o la circulación sanguínea en la cola de una anguila. Hoy conocemos con mayor precisión e intimidad a las bacterias, arqueas, hongos, virus o protistas que al pangolín, el alca o al okapi. Nos moviliza y nos conmueve más un perro abandonado que cien trabajadores en la calle. Nos da más miedo un araclán tomando el sol sobre una piedra de la orilla que una reunión de banqueros confabulando leyes hipotecarias.  
Utilizamos poco la lupa, tal vez tememos acercarnos demasiado, descubrir de qué está hecho el mundo de hoy o el desconcertado “nosotros” de ahora mismo. Pero admiras mucho más las hormiguillas que hace P., su voluntad de perfección en el arte por el arte de la pesca que al teórico pagado de sí mismo que habla por la radio de precariedad, innovación, emprendedores, mercados y suerte. Al final las grullas se levantan. Nos acercamos a los ¿felices? 20 de este primer siglo del milenio. ¿Tendremos que volver a la lupa y al “tesoro perdido” de tía Hannah?



1 comentario:

  1. Hay quién se dedica ha mirar con lupa todo aquello que hacemos, y a veces se descuida de lo que hace él.
    El ojo del pescador siempre podrá ver con lupa o sin ella, según queramos.
    Saludos

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