miércoles

LAPONIA I



Vivimos miles de días de fina ceniza de los que no queda nada en la memoria y otros en cambio brillan como un diamante al sol de julio. Caminábamos por el torrente los primeros. Dejamos atrás a mis hermanos y nos encontramos de pronto ante una cascada alta que acababa en un charco hondo y grande.
Dejé mi caña sobre el musgo y me senté en una piedra a disfrutar, a ver pescar con arte al hijo pescador. Mañana de sol y nubes sobre un limpísimo cielo de Laponia. Sabía que estaba ahí. O ahí o en ningún lado. El lugar parecía de verdad el nacimiento del mundo. Quién a pescado allí lo sabe.
La poza, la enorme cascada, su música y su furia, la fina niebla de agua pulverizada por la caída, el bosque de abetos y abedules, todo el tiempo de la vida por delante, Guillermo lanzando con precisión a donde yo hubiera lanzado. Cuando picó la primera, corrió río abajo y yo tras ella con el salabre. Cuando picó la segunda, aún más grande, y la ví remontar la corriente furiosa, me sentí muy feliz. “hay que trabajarla, disfrutar de ella” dijo Guillermo mientras ajustaba el freno con maestría y dejaba que la caña cumpliese doblándose con violencia. ¿Cuántos minutos guardo en mi corazón brillando como un diamante?.
De entre las más de trescientas truchas pescadas y devueltas a la vida sacrificamos esas dos para comer. Las honramos con cuidado, las guisé fritas y con una picada de tomate y almendras. Espero que los espíritus del Circulo Polar y de los Saami me perdonen.
Nunca olvidaré esos instantes que ocupan más que algunos años en mi memoria.

lunes

DICHA


La dicha fluye desde un lugar muy remoto, escondido y primitivo. Intentamos explicar porqué nos hace feliz estar dentro de un río con una caña en la mano pero cualquier explicación sólo son palabras que se acercan un poco, nunca demasiado, a esa plenitud, felicidad o libertad.
Sólo un pescador puede entender a otro pescador. Sólo un pescador sabe cual es el secreto de esta extraña plenitud.
A veces nos alejamos o nos alejan de esta dicha. A veces hasta podemos olvidarla o vivir con ese vacío, con esa herida, con esa carencia… Pero la vida es larga y se vuelve siempre al lugar dónde se ha sido feliz. Recordar, volver a aprender, volver a sentir que no hay prisa, ni horario de vuelta, ni tiempo que descontar, ni nadie que nos diga que hemos robado ese tiempo a otra vida…
Hoy salgo a pescar sin prisa, puedo madrugar mucho o no hacerlo, puedo volver pronto o estar en el río hasta que las fuerzas no den más de sí. He recuperado esa dicha, ese placer, ese misterio y me siento igual que con diecisiete. Cuando me agacho al agua para beber un trago o para mojarme la cabeza y la cara, veo en la penumbra de detrás del brillo de espejo del río los mismo ojos brillantes, el mismo gesto de aquel chaval que pescaba, la misma pasión misteriosa que puedo llenar de palabras, pero nunca acercarme a esa verdad.
Envejecer es eso, dejar de mirarse y verse en el río, dejar de ver esos ojos brillantes, a salvo por ahora, de nuevo, del olvido que seremos.
Sólo otro pescador puede entender.