Tal vez de
alguna forma nuestras manos y nuestros pies sean también sabios. Seguro que
mucho más sabios que nosotros mismos. Cruzamos la corriente y nos fiamos de
ellos, de su experiencia y su memoria en pisar el fondo del río. Tenemos la
caña entre las manos y sólo ellas saben lo que pasa al otro lado del sedal, en
lo oscuro y lo profundo.
Crecen las
manos y los pies de mi hijo el pescador. Se cae y se levanta, camina cada vez más
lejos y seguro. Toca la vida con los dedos y descubre que a veces es áspera y
dura, otras suave y tibia.
Nos preparamos
para la gran excursión. Muchos kilómetros río arriba, el día entero, con la
certeza de que habrá mucha agua y pocas truchas. En esta garganta nuestra se
forja la voluntad del pescador, desde la seguridad de que tocaremos muy pocas
truchas y vadearemos muchos kilómetros de agua.
Estoy bajo de forma. Ha sido un invierno duro. Nos olvidamos muchas veces de nuestras manos hacedoras, de nuestros pies caminantes. El cerebro está en estos tiempos sobrevalorado. Tal vez sea el ordenador de nuestro cuerpo o quizá el ordenador sea el cuerpo entero y nuestros pies y manos también recuerden, sientan, sepan, expliquen, nos digan.
Vivir es caminar
y tocar. Para nosotros pescar es tocar y caminar. Imposible sentirnos
sedentarios. Imposible mirar las cosas desde la prudencia o la distancia.
El río me
devuelve las fuerzas, vuelvo a estar en forma. Está siendo una primavera dura.
Quién me descubrió que son muy importantes las manos y los pies, quién me mostró
la inmensa belleza de este río ya no puede bajar a tocar sus rápidos y sus
truchas. La tristeza es grande y lleva tanta agua este marzo...
...Le dejo al hijo pescador mi mejor caña. Pesca él primero las mejores pozas. Yo camino detrás, tocando el fondo, las piedras pulidas, el agua fría. Le digo: Cuando todo sea incierto fíate de tus manos y tus pies. Pero está lejos y con el ruido de la corriente no me oye. Además intuyo que él ya sabe todo eso.