jueves

APOCALIPSIS


Demasiadas películas sobre el Apocalipsis, los fines del mundo, el enésimo diluvio, terremoto o centella meteórica gigante reventando nuestra tierra. Para el tranquilo y agudo filósofo Dan Dennett el caos es mucho más fácil: “Internet se vendrá abajo y cuando lo haga viviremos oleadas de pánico mundial. Nuestra única posibilidad es sobrevivir a las primeras 48 horas”. Y claro nada funcionará, ni los teléfonos, ni la electricidad, ni las gasolineras, ni los cajeros de los supermercados, nada. Caos y furia.

Sólo espero que ese momento me pille a pie de río, en ese momento mágico en el que acabas de llegar al agua y comienzas a elegir que mosca atar esa mañana. En ese instante aún eres consciente del sonido de cristal de las chorreras y de la grácil armonía del bosque de ribera que te envuelve. En poco tiempo ya no escucharás ni a la belleza ni al agua, estarás dentro. En ese primer minuto se puede acabar el mundo y comenzar el Apocalipsis pero tú estarás indeciso entre atar un desgreñado tricóptero de pelo de corzo o un pardón grande de alas brillantes en pluma de León. Tal vez el mundo sea hoy lo que se esconde en las tripas de millones de cacharros conectados con fibra óptica y satélites zombis, pero el mundo es también ese pequeño río al que has ido a pescar con tu hijo. Tal vez el mundo sea ahora una frágil telaraña de cables telefónicos, ordenadores y móviles a punto de colgarse, colapsar el progreso e inaugurar un estupendo caos, pero el universo es también esa zona de agua baja en la que un gran barbo espera el desayuno. El trico cae dos palmos por delante de su morro y el pez lo atrapa en un segundo, suena la chirrido del freno, la seda corta el agua río abajo, la caña se dobla en una parábola imposible. Entonces sí que de verdad comienza el Apocalipsis.



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