Luchar con una
buena trucha, en una tabla grande, honda y con corriente, metido en el agua,
con una caña ligera y muchas ganas de disfrutar cada instante.
Sentir el sol a
veces en la espalda y a veces la sombra verde de los sauces, descubrir que los
pies saben dónde de pisar y cómo, sentir que el río es casi el mismo y tu, más
viejo, también allí eres el mismo sin el casi.
Suena el freno
y el sedal corta el agua. No se rinde el pez, conoce bien el agua, quiere
llevarte al hueco que hay debajo de la espuma y luego a las raíces sumergidas y luego descolgarse tras la cadena de raseras, corriente abajo.
Te sientas a
mirar su piel, el brillo del agua, el musgo de las piedras. Ya libre la trucha
te tomas tu tiempo para volver a pescar. Saboreas lo que nadie ha visto y casi ninguna palabra podrá describir.
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