Baja despacio por la barranca que conoce tan bien. Estos días
atrás la bajó muchas veces con Guillermo, Iker, Jesús, Enrique, Andrés, Ernesto… Hoy la baja
solo. Hay flores de diente de león, retamas ya granadas de semillas, cardos azules
saliendo, vanesas perezosas, vencejos en vuelo rasante, un corzo despistado que ladra,
el amanecer espléndido como un beso deseado. Así le sabe hoy.
Se pone a pescar barbos. Dos grandes, rabiosos, se restriegan con
las piedras y parten. Sólo saca pequeños. Le gusta cuando ve que la seda se
arranca río arriba, ese instante antes de clavar y luego la primera carrera, la
furia igual que una risa de niño. Por fin el sol da sobre el agua y se ven las
siluetas oscuras. Se sienta sobre un cancho fabricado en puro cuarzo rosa
macizo, grande como un coche, que habrá venido rodando desde arriba. Sin
querer, mientras bebe un trago de agua, su cabeza se sale del río. Hay un
momento en que todo se derrumba. Despacio o deprisa, siendo joven o anciano.
Esta certeza no habita en las piedras sino en nosotros mismos y en todos los seres
que respiran. No sirve de nada tenerla presente, tampoco sentir que no existe,
ni obsesionarse, ni ignorar que la vida también era esto, pero es una buena
vacuna para saborear el trago a placer, disfrutar hoy, tocar la intensidad,
recordar todo lo bueno, brindar, amar, reír, pescar, volver a pescar, pescar otra
vez, un día más.
Y eso hace. Por eso ha vuelto hoy.
Saca un papel viejo y doblado que ya amarillea. Le parecen antiquísimos los
tipos escritos con una impresora matricial hace quizá treinta años. Moja el folio. Rompe la hoja.
Levanta una piedra regular y mete debajo los trozos. Pero aún suena la voz de
las palabras:
Si alguna vez me olvido
cómo huir de todas las ciudades saca de mi mochila el viejo mapa, ese que tiene las marcas
y las sendas que tracé y caminamos juntos tantas veces. Si alguna vez me olvido de los días esperando amanecer
para bajar al río recuérdame como era esos nervios, no dormir, mirar por la
ventana a ver si ya hay luz. Recuérdame el sabor del frío de marzo, el olor de
la hierba todavía bien dormida, las ganas de correr para llegar antes. Si
alguna vez me olvido de ese resplandor sobre el agua y como va calentando el
sol primero por la espalda recuérdame quién soy, el joven pescador que nunca se
cansa y al que se le fueron escapando todos los peces grandes y todos los días jugosos
y largos que merecen la pena. Si alguna
vez olvido mi nombre o tu nombre, di como me llamo y como te llamaba yo a tí.
Lo que prometí hacer y escribir, lo que hice y conté, lo que siempre escondí y
nunca mostré a nadie, todos los sueños, las canciones, las hambres, los viajes,
las noches en los que los fui descubriendo quién era y porqué y hasta cuando.
Si alguna vez me olvido de esas noches, las voces, aquellos silencios,
recuérdame lo mucho que me gustaba alejarme sólo y lejos a las gargantas
difíciles, a los ríos despoblados, las ruinas antiguas, los torrentes más altos
y fríos, las orillas escarpadas y calientes del verano en las que dejaba la
caña y me bañaba como si ya fuera pez, rana, cangrejo o larva de libélula. Si
alguna vez me olvido de pescar pon un pez vivo en mis manos, uno que se
retuerza y quiera escaparse de nuevo a lo profundo y luego el corcho suave de
mi caña más vieja, esa que compré en Farlow`s. Recuérdame quién soy, un hombre
cualquiera al que nunca le gustaba estarse quieto y caminaba igual de rápido
por los libros, los ríos y los abrazos, sin saber o sabiendo que todo era breve
y por eso. Si alguna vez me olvido ya no quiero vivir. Déjame allí, bajo aquel
árbol grande al que nunca arrancaron la piel,desde el que se oyen las crecidas
de marzo, las lluvias torrenciales de abril, el brillo de los helechos en mayo, los chillidos de las nutrias, el zumbido de los abejorros, la hojarasca de la
encina montada en un viento que lo va borrando todo y nos convierte en tierra.
Si alguna vez me olvido, tú sigue.
Por una vez cree que eso hace. Luego las palabras que no fueron suyas se van. Quedan allí debajo, ya deshechas. Cambia de ninfa y lanza una con bufanda naranja al
cono de agua por donde pasa la corriente entera del río, donde están los más
grandes, los barbos más orgullosos. Sonríe sin darse cuenta. Hay que ser
ambicioso. Vivir.
Espectacular, gracias por escribir.
ResponderEliminarUn saludo,
Pablo Espinar