sábado

NORTE III


Volver a un río es volver a un libro. En ellos hay palabras y recuerdos, otros que los tocaron antes, lecturas diversas, frases memorables, páginas perfectas y sobre todo tú, lector, protagonista total de esos momentos, propietario exclusivo del placer que el agua o el papel guardan a veces.

He vuelto al río. Esta vez con amigos, con mi hijo el pescador y con los hijos de los amigos pescadores, pescadores también. Compartir. Ese extraño prodigio que nunca parece fácil de lograr. Compartir aire, tundra, bromas, camino, abedules, horizonte, truchas, tiempo. Sobre todo tiempo. Lo único precioso, tras el tesoro de la salud, es el tiempo abierto, diluido en un paisaje, alejado de medidas, respirable, nuestro.

He vuelto al libro. Esta vez con amigos lectores, pescadores también. Compartir las palabras. Ese extraño milagro que tramamos aquellos que escribimos. Y compartir en ellas, en las palabras de este libro, sol de verano, turba esponjosa, agua transparente, truchas glotonas, bosques de abetos, baños en torrentes, sobre todo entusiasmo y tiempo. A eso aspiran los textos, a regalar tiempo, un poco más, pausarlo, estirarlo, regalarlo, ojalá que abolirlo. Lo único precioso, tras el tesoro de la amistad, es esa clase de tiempo al que nadie ha puesto precio y que intentamos guardar en las páginas de un libro por si alguna vez nos falta o si en el futuro necesitamos constatar que todo fue verdad.



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