martes

SOMBRA (Publicado en Trofeo Pesca 1995)



- A ti te gusta contar historias verídicas, ¿verdad?- dijo.
- Sí, me gusta contar historias que sean ciertas.
Entonces me preguntó:
- Algún día, cuando termines tus historias verídicas, ¿por qué no te inventas una, incluidos los personajes? Sólo entonces comprenderás lo que pasó y el porqué. Los que se nos escapan son siempre aquellos con quienes vivimos, a los que queremos y a quienes deberíamos conocer.
(Norman Maclean)


Debajo del gran sauce roto descubrí por primera vez la sombra. Imaginé que era un pedazo de madera hundida así que lancé la ninfa sin demasiados miramientos en la profunda poza que se abría bajo las raíces descubiertas del tocón. Miré de nuevo hacia aquel lugar por fijar la vista en un punto cercano y oscuro donde el sol del atardecer no me deslumbrase, entonces me di cuenta.
El pescador ve cosas que nadie ve, imagina el origen del agua, admira la belleza de una oruga suspendida de su seda, la divinidad cierta de una araña caminando sobre las aguas, la sospecha que detrás de una piedra, esa piedra y no otra, está el pez cazando.
Di un par de golpes de remo y me acerqué a las ruinas del sauce. En medio segundo la retorcida y fantasiosa mente de un pescador puede imaginar el pez más enorme, el monstruo, un animal mítico, vivir el privilegio único de engañar a un sabio del río y en el otro medio segundo la mente objetiva y científica del pescador desmonta la falacia y acumula argumentos para demostrar que la luz de la tarde, el agua turbia y los limos coloreados del fondo convierten el pez soñado en un espejismo, una mentira, una sombra. Pero la sombra ya no estaba.
Cerré y abrí los párpados varias veces para borrar el círculo rojo que nos produce en los ojos el sol multiplicado en la superficie del río, volví a mirar el lugar donde estaba sumergido el señuelo y descubrí la sombra justo encima. Pegué un cachete con todas mis fuerzas y vi el pequeño remolino que había hecho el pez al huir antes de caerme hacia atrás con el sedal hecho un revoltijo.
La mente del pescador a veces es una enciclopedia minuciosa de especies piscícolas, ¿una trucha descomunal?, ¿un lucio grande?, ¿el abuelo de todos los barbos?, ¿un siluro? Me incorporé con rabia pensando que fuera lo que fuese ya estaría lejos de allí, pero al mirar de nuevo a las raíces del sauce vi a la sombra inmóvil e imaginé que me miraba retándome, burlándose, despreciando a un rival que nunca podría humillarla.

La conducta del pescador es a veces tan imprevisible como el vuelo de una libélula o las palabras de un loco. Sin acabar de entender mi comportamiento me senté junto a la proa y saqué del tubo la caña de mosca para pescar bass y armé el bajo con un moscón con la apariencia de un caballito del diablo rojo como la sangre. Yo soy un pésimo pescador de mosca pero en aquel lance el látigo hizo una parábola hermosa y lenta y la mosca se posó delicadamente justo encima de la sombra. En esa décima de segundo que separa el leve movimiento del puntero de la respuesta al final de la seda pasó por mi cabeza la más acertada de las preguntas ¿pero que demonios hago pescando a un monstruo con unas cuantas plumas de colores?, en ese momento un estrépito formidable surgió debajo de la mosca, la caña casi se me escapa de la manos y en el momento de empuñarla con fuerza sentí el chasquido inconfundible del bajo al partirse. Sobre la superficie del agua, unos metros más abajo flotaba la libélula de plumas.

No volví a ver la sombra en muchos días aunque me pasé muchas horas haciendo volar libélulas de todos los colores sobre los rincones oscuros del río. A veces la voluntad del pescador es constante hasta la desesperación y paciente hasta la nausea. Me olvidaba durante semanas de la Sombra y me alejaba del río hacia otros ríos y gargantas pero algunos viernes me asaltaba su recuerdo como una pesadilla recurrente y volvía al río, a la esquina del sauce hundido, a escudriñar todos los rincones sospechosos y hacer volar la misma y única libélula roja que tentó por primera vez a la Sombra. En ocasiones cogí grandes peces, casi siempre barbos enormes que atacaban el señuelo con brutalidad e intentaban escapar con la fuerza de sus corpachones duros y ahusados pero los desprecié a todos y apenas llegaban agotados y vencidos al salabre, a veces tras una lucha difícil de muchos minutos, los dejaba libres como si fueran pequeños cachuelos que no daban la talla.
El pescador a veces roza la locura, puede tener una vida normal, un trabajo normal, una familia normal pero su tiempo libre y sus pensamientos son de los ríos, del agua, del confuso instinto que le impulsa a madrugar, soportar fríos como aguijones, días sin picadas, sueños al filo de la pesadilla, escudriñar el tiempo y la luna, elaborar tretas, trampas, moscas, tácticas minuciosas para lograr engañar a unos animales que nadan y son sabios en su mundo líquido de penumbra.
Un año, en un atardecer muy similar al de aquel día, descubrí de nuevo a Sombra, se mecía sobre la suave corriente que atravesaba un banco de arena. Su perfil monstruoso y oscuro se delimitaba bien en el contraste claro de la arena, hasta podía adivinar que sus ojos me miraban aunque nos separaban varios metros de agua. Esta vez no llevaba la caña de mosca pero lancé un pequeño señuelo en forma de cangrejo con toda la delicadeza de mi alma. Cuesta decir lo que sucedió después. La Sombra arremetió con furia y el hilo, esta vez un sedal trenzado de gran resistencia, sonó como un tiro al romperse.
Ya no hubo otro río que aquel ni otra idea que atrapar a Sombra. Atardecer tras atardecer después del trabajo me dejaba llevar río abajo auscultando el fondo del río, dragando todos los rincones de las orillas con mis libélulas de plumas rojas, viviendo la ansiedad de un nuevo encuentro que nunca volvió a producirse.

Ya soy viejo y mi fama de gran pescador ha atravesado las fronteras de mi país gracias a mis libros sobre el arte de pescar grandes peces pero yo sé que solo soy un pescador mediocre y que los años o la experiencia no nos dan la sabiduría necesaria para conocer los simples secretos de un solo río.
Ayer, ordenando el desván de la casona donde ahora vivo y que antes fue de mi padre y antes del suyo, encontré un viejo diario de pesca que supuse de mi abuelo. A parte de su valor sentimental no había nada en él de gran interés. Intercaladas entre la mayoría de las páginas en blanco estaban anotados los ríos visitados, el tiempo, las capturas, las fases de la luna, quién le acompañaba, horarios de trenes… Solo lo escrito en la última página me dejó paralizado, con la tinta pálida pero todavía legible había una sola frase:
"Hoy he vuelto a luchar contra la Sombra".
El tiempo para el pescador no existe aunque su cuerpo se rinda antes, el tiempo para un pescador verdadero es un caballito del diablo que flota sobre el atardecer y no se posa nunca, un caballito de color rojo como la sangre de los peces y de los hombres.



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