Debo comenzar con aquella famosa frase de: llamadme Ismael, pero el viejo pescador
no se llama Ahab, aunque se parece
mucho a las fotos que conocemos del viejo Melville. Además tiene la pierna
derecha ortopédica, pero no es como aquella otra hecha de hueso de ballena que
calzaba el enloquecido capitán del Pequod.
El día que le conocí me dio un
susto de muerte. Yo andaba pescando barbos en el Tiétar encima de una piragua
inflable cuando apareció en un recodo aquel ogro vociferante sobre una
herrumbrosa barquita de madera a remos, empuñando en la mano una caña enorme,
gritándome en un idioma incompresible, húngaro, alemán o una mezcla de ambos.
Luego en mal español logré entender que al parecer yo estaba invadiendo su
lugar exclusivo de pesca, ¡espantando a
su wels!.
Me alejé de allí en cuatro remadas y seguí a lo mío.
Por la tarde le conté el encuentro a mi amigo Tiri, un marroquí que se dedica a recoger tabaco en temporada y que
también le gusta pescar. No en vano tuvo que huir de su país perseguido por los
esbirros de Hassan después de haberle pillado varias veces pescando en los
lagos privados que existen para uso exclusivo del dictador. Guarda de aquellos
encuentros algunas feas cicatrices en su espalda y el agujero de un tiro en uno
de sus hombros. No se anda con chiquitas la policía de allí defendiendo los
black bass reales. Pero la afición de
Tiri sigue intacta. Le gustaba cucharillear tras el trabajo, a la caída de la
tarde y da gritos y voces como un poseído cada vez que engancha algún pez de
buena talla.
Él me cuenta que el ogro acaba de llegar hace algunas
semanas al pueblo. Ha alquilado una casa rural muy cerca del río y se pasa casi
todo el día pescando chirulos grandes, he
visto como ha sacado alguno y luego le hace perrerías.
¿Wels? ¿chirulos? Pregunto en el único bar del pueblo. Alguien
me dice su nombre: Rodolfo Fernández. El corazón me da un vuelco. A pesar de mi
mala memoria recuerdo aquel nombre. Hace unos diez años escribí un reportaje
sobre los nazis en Extremadura. La historia es antigua. Los aliados elaboraron
en 1947 una lista negra de 104 nazis residentes en España en la que Rudolf
Beumelburg, alias Rodolfo Fernández de
Segovia, ocupaba uno de los últimos lugares. Franco no entregó a ninguno de
los 104. Unos se fueron a América, otros volvieron a Alemania con nueva
identidad, algunos vivieron un exilio dorado en la Costa de Sol. Dos o tres se
retiraron a este lugar perdido de España, se integraron, se casaron con
españolas, nunca fueron molestados. El periodista de El País José María Irujo
había investigado en profundidad este tema y me había pasado entonces una copia
de la ficha de Rudolf Beumelburg y
su jefe Franz Liesau Zacharias, "Este
hombre se hace llamar doctor. En realidad fue agente del servicio del Abwehr.
Involucrado en la compra de monos y otros animales del Marruecos español y de
la Guinea española para fines experimentales en Alemania, entre ellos la
propagación de horribles enfermedades, como la peste, en los campos de
concentración". Liesau murió de viejo en Madrid en el 1992, de Rudolf
no sabía nada.
¿Wels, chirulos?… Descubro que son si-lu-ros lo que pesca
el viejo. En el siguiente encuentro soy yo el que sorprendo al tipo, le espero
agazapado en la orilla donde suele desembarcar. Le pregunto por la pesca, por
su suerte este día. Supongo que como me ve joven, con mi atuendo mosquero y mi
cañita cimbreante, confía, desarmo su mala baba. Me enseña un buen siluro de unos
treinta kilos que lleva atado a una cuerda y muerto. Le ayudo a sacar su barca.
Alabo su captura. Allí mismo saca un pequeño cuchillo de filetear y arranca del
animal dos gruesas tiras de carne del lomo con una habilidad de cirujano. El
resto lo tira al agua. Carroña para los
galápagos, adivino que dice. Esta parte
del pez es muy buena, se guisa en Hungría con una salsa de paprika, está muy
sabroso. Yo no le contradigo, le sonrío, la ayudo a amarrar el bote. Le
acompaño hasta el todoterreno que
tiene aparcado en un carril cercano. Comento que a mi me gusta pescar truchas y
barbos, no siluros. Arranca el coche, pero antes de alejarse baja la ventanilla
y me pregunta achinando los ojos e intentando esbozar una sonrisa cómplice que
sólo es una fea mueca: ¿has visto el wels
blanco? Niego con la cabeza. Pongo un gesto de no entender. Aún no
entiendo.
Esa noche rebusco en mis archivos y doy
con una foto que hice del cementero alemán de Yuste. Casi todos los muertos son
chiquillos de apenas veinte años. Pocos nazis hay allí debajo de los olivos.
Tal vez no haya más que ese al que he venido a buscar. Ahí está la foto que
hice a su cruz, la prueba: Rudolf
Beumelburg 2-2-1915 + 9-5-1945.
Llamo a mi amigo Alan Kerenski, un
historiador yanki afincado en Salamanca experto en la historia de Alemania y
también fanático mosquero. Alan me cuenta que tras el desmoronamiento del
bloque soviético se habían ido desclasificando miles de documentos de la NKVD y
de su sucesor, el KGB. Muchos expertos de los servicios de información
escarbaron con avidez entre millones de papeles ordenados de una forma incomprensible. El Mossad
tuvo dedicados a la tarea a muchos historiadores de diversas nacionalidades que
en la mayoría de los casos ni siquiera sabían que trabajaban para el Estado de
Israel. No sospechaban que la jugosa beca de la que disfrutaban para pasar unos
meses en Moscú revolviendo papeles polvorientos salían de las oscuras cuentas
del Servicio. Mi amigo tarda menos de un minuto en localizar en un ordenador la
ficha rusa de Rudolf Beumelburg, ya traducida del ruso. Me la envía por email.
Se despide. Me debes un día de pesca en
tu garganta.
Leo.
BIO: Rodolfo Fernández de Segovia, alias usado
en Argentina. Nombre verdadero Rudolf Beumelburg. Nacido el 2 de Febrero de
1910 en Berlín. Hijo del capitán de artillería Franz Beumelburg y de la
aristócrata austro-checa Natalia Zummel. Licenciado en ingeniería y en ciencias
químicas. Teniente de navío, agente del Abhwer en Madrid. Agente de la Gestapo
en Madrid a las órdenes de Paul Winzer. Dado por muerto en 1945. Resucitado con
el nombre español antes citado. Residencia supuesta Argentina.
CLASIFICACIÓN: criminal de guerra. No eliminar
de inmediato tras su secuestro.
PRIORIDAD: ser secuestrado e interrogado.
Eliminar después y hacer desaparecer su cuerpo.
DELITOS: suplantación de un soldado checo
miembro del Partido de nombre desconocido. Responsable causal directo de mas de
trescientas ejecuciones llevadas a cabo entre alemanes residentes en España y
deportados a Alemania en 1939. Como agente doble, responsable causal directo de
cincuenta ejecuciones llevadas a cabo por agentes de la NKVD entre comunistas
leales que combatían en España, acusados con falsas pruebas. En la guerra
mundial, como jefe de una unidad de exterminio (unidades “einsatzgruppen”) de
la notoria “Brigada Kamisnky”, culpable de masacres de judíos en el
aplastamiento del ghetto de Varsovia en 1943. Ayudante de Franz Liesau
Zacharias. En los años setenta participó de forma muy activa en las labores de
represión de la Junta Militar Argentina, dada su estrecha amistad con varios de
los militares golpistas. Notas. A lápiz: 1974. Anexo certificado de juez. 1983. Enterrado en Yuste. Pendiente
de verificación.
Es domingo. bajo de nuevo al río a pescar
con la piragua. Espero encontrarme al viejo cabrón ¿Y luego que haré?, ¿qué le
diré?, ¿hijoputa asesino?. Llevo un rato lanzando distraído cerca de la
ensenada en la que amarramos su barca. Engancho un buen barbo y se me olvida el
nazi. Disfruto de la pelea con el comizo. Ya le tengo vencido en la superficie
cuando veo de reojo como una cosa blanca que pasa bajo la barca, ¿un bidón de
plástico sumergido?, ¿una bolsa de rafia de abono inflada por la corriente?, la
cosa es enorme, se mueve rápido, se traga mi barbo con un ligerísimo chapoteo y
se pierde de mi vista. Pero el comizo sigue prendido de mi cangrejito de pelo
de conejo teñido de rojo y la cosa blanca prendida de mi barbo me saca toda la
seda, luego la línea de reserva, arrastra la piragua hacia una maraña de ramas
antes de sonar el crac de la caña y
el plis al ceder el nudo final del
hilo. Salgo volando del agua dando al remo como nunca, aterrado. ¿qué coños era eso? Ya fuera del río
caigo, es el wels blanco, el puto
Moby Dick que quiere pescar el viejo loco. Ya en casa busco por Internet fotos.
Ahí está, un bicho feo, medio sapo, medio pez. No sé si estoy metido en una
novela de Le Carré o en una de terror de Stephen King con un bicho lechoso y
diabólico que vive ahora en mi río.
Vuelvo a bajar el lunes al Tiétar. Dejo
la piragua en casa. Tengo miedo, porqué no confesarlo. Me acerco al arenal
donde me topé con el viejo el primer día. Allí está en medio del río, con su
caña gruesa como un palo de escoba y un carrete de tambor giratorio como para
pescar tiburones. Me saluda con la mano. En ese instante el pescador parece
como si hubiera sufrido un calambrazo. Su caña se comba, el freno del carrete
chilla. Él también chilla y farfulla en alemán. La barca de madera se desplaza
despacio río abajo. Le pierdo de vista. Le oigo chillar muy lejos, casi en la
curva del río. Pienso: ojala se ahogue. Luego los gritos se van acercando. Por
fin reaparece cerca de mi vista, de un árbol sumergido. Veo con claridad la
mancha grande y blancuzca al lado de la barca. Sonríe. Ha vencido. Entonces
ocurre.
Me gusta esa frase primera de la novela
de Melville: llamadme Ismael, pero el viejo no merece el honor de que le llame Ahab. Por la tarde, ya más tranquilo,
llamo a mi amigo Alan Kerenski para contarle lo
ocurrido. Le digo: encontré a tu
último nazi vivo. Rodolfo Fernández de Segovia o Rudolf Beumelburg si prefieres.
Luego intento explicar con palabras lo que aún veo. El viejo parece que ha vencido al gran pez. Se pone un grueso guante
de cuero para agarrarlo de la mandíbula. Entonces el enorme siluro albino se yergue
sobre su cola como si quisiera salir volando hacia las nubes y luego cae con
todo su peso sobre la barca. El crujido es sordo, raro. La barca se ha roto por
la mitad. El viejo desaparece bajo el agua. Muchos segundos después vuelve a
aparecer muy cerca de la orilla en la que yo estoy. Su cuerpo y el del pez
están enredados con varias vueltas del grueso sedal trenzado que usaba para
pescar. El animal nada varios metros muy cerca de la superficie, por la boca
del viejo salen palabras en un idioma que no entiendo, grita y luego se hunde.
Desaparece. No salen ni burbujas.
Terminé mi conversación con Alan recitando
una de las últimas frases del gran libro de Melville: ”de repente se lanzó contra su proa que avanzaba, a la vez que
chascaba las mandíbulas entre feroces chaparrones de espuma”.
Los buzos de los bomberos han buscado su
cuerpo, pero no lo han encontrado. ¿El siluro blanco seguirá vivo?.
Ensayo:“La
lista negra: los nazis que salvaron Franco y la Iglesia”. José María Irujo. Aguilar,
2003. Documentado libro sobre los nazis que se refugiaron en España tras las II
Guerra Mundial.
Documental: "Hafner's Paradise". 2007. Del director austríaco Günter
Schwaiger retrata la vida de este nazi austríaco convencido, Paul María Hafner,
un antiguo oficial de las Waffen-SS que, a sus 83 años, vive tranquilo en
España debido a que no existe ley por la cual pueda ser extraditado.
Ensayo: “Leviatán o la ballena”. Philip Hoare. Ático de los Libros. 2010.
Inclasificable y maravilloso libro sobre la historia de las ballenas.
Novela: “Moby Dick” Herman Melville. Traducción de José María
Valverde. librosdearena.es. Novela para leer de adultos, para nada es un libro remotamente
infantil o juvenil ya que se trata de una tesis metafísica disfrazada de novela
de aventuras en el mar.
Precioso y tenso final. Increible.
ResponderEliminarGracias Jose A. por desgracia los siluros han llegado al Tiétar. Aún no pasan de 30 kilos pero me temo lo peor.
EliminarMe ha encantado el relato. Lástima que el final sea demasiado bonito como para ser cierto. Un saludo
ResponderEliminarAsí es Jorge. Ningún criminal nazi fue "extraditado", se integraron en la sociedad española más o menos y vivieron felices hasta su muerte. Merece la pena del documental de Günter Schwaige.
EliminarGran relato...Gracias !!!
ResponderEliminar