Foto y montaje de: Paco Redondo |
El pescador
contempla los ocres y amarillos de los árboles que se van durmiendo, el paseo
precavido de un pequeño ratón recolectando diminutas bellotas y olivas, las
setas que han salido al pie del chaparro y que entrelazan sus hifas con las
raíces capilares de todos los árboles en una inmensa simbiosis invisible que
sigue maravillando a los botánicos. El río desemboca más abajo en el embalse. Allí
es más ancho y a la fuerza manso. Antes de lanzar el señuelo a un barbo que ha subido a
beberse una hormiga, el pescador detecta en la ladera de enfrente las pisadas
precavidas de una cierva, sus ojos descubren también un pequeño hormiguero del
que salen grandes hormigas rojizas en ordenada fila de ida y vuelta afanadas en
llenar la despensa y tiene cuidado en no pisarlas ni estorbar su camino. Junto
a ellas ha tejido su redecilla cazadora una araña verde que puede verse bien
gracias a las diminutas gotas de rocío que perlan su obra. El viento ha
acumulado la hojarasca en la ribera derecha del río. Días antes los jabalíes han
levantado la capa de hojas y humus bajo la que se esconden sus golosinas
preferidas, castañas ya maduras, trufas y criadillas de tierra,
bellotas dulces y larvas de escarabajo. Este metro de orilla, de dehesa de
encinas y alcornoques que se acercan hasta el agua, salpicadas de robles y
jaras, tomillares, helechos y juncales alberga todo un inmenso mundo a poco que
el pescador sepa mirar y adivinar la vida que bulle allí abajo, tan cerca. La
maravilla que se organiza en tan poca tierra llenaría miles de páginas de estudios
botánicos y zoológicos. A pesar de que la ciencia lleva investigando esa
minuciosa relación ecológica mucho tiempo, apenas ha escarbado en la superficie
de lo que allí ocurre y porqué y cuándo y cómo. Sobre él planea ahora un buitre leonado a poca altura. Conoce
los principios físicos de la dinámica de fluidos que permiten a un torpe animal
de diez kilos mantenerse flotando en la nada, pero no puede dejar de sentirse
asombrado y maravillado por la elegante forma que tiene de volar aprovechando
el invisible flujo de las primeras térmicas del día. Y así el espectáculo
continúa imparable a cada instante.
Al agacharse a recoger una hormiga de ala para buscar en su caja alguna parecida, descubre el brotecillo tierno de una nueva encina que se atreve a salir, madrugadora, burlando los ramoneos meticulosos de los herbívoros, las heladas por venir, los secos días de octubre y noviembre que le esperan. Tal vez tenga suerte y dentro de cien años sea un joven árbol grande de hojas duras y resistentes que seguirá manteniendo este pedazo de tierra con vida y tal vez, bajo ella, otro pescador aguarde a que llegue la lluvia. Quién sabe.
Al agacharse a recoger una hormiga de ala para buscar en su caja alguna parecida, descubre el brotecillo tierno de una nueva encina que se atreve a salir, madrugadora, burlando los ramoneos meticulosos de los herbívoros, las heladas por venir, los secos días de octubre y noviembre que le esperan. Tal vez tenga suerte y dentro de cien años sea un joven árbol grande de hojas duras y resistentes que seguirá manteniendo este pedazo de tierra con vida y tal vez, bajo ella, otro pescador aguarde a que llegue la lluvia. Quién sabe.
Ha encontrado en una de las cajas una hormiga similar a la muerta
y ha lanzado al lugar donde el barbo acecha escondido. El pez ha subido muy
franco y pelea con rabia. Bajo el agua hay también otro mundo, el espejo de
este en el que el pescador camina y respira. Corre por la orilla, acorta la
distancia, toca al pez. Allí
abajo, cerca de donde ha podido acercar el barbo por fin a la orilla, pueden
verse las primeras encinas sumergidas y muertas. En otro tiempo el pequeño río
desembocaba en el Tajo. Hoy lo hace en un pantano de aguas verdes que a veces huele mal. No muy
lejos, en un islote que creó la pantanada, ha construido la especulación una
urbanización que se dice de lujo. El pescador no ve lujo en ser propietario de
un mordisco de tierra y una casa de estilo difuso rodeada de agua verdosa. Hay que ser muy imbécil para creer ese cuento. Solo
hay lujo en los ríos que corren, en esta orilla sin nadie, en descubrir el
hormiguero, las setas, la araña, la pequeña encina que nace.
Me ha encantado compañero. En muchos puntos similar a lo que he vivido esta mañana. Incluso algunas reflexiones se han impreso en mi mente con las mismas palabras. A ver si luego me pongo al teclado y os lo cuento. Un placer leerte, como siempre
ResponderEliminarGracias Jorge. Impresiona las subidas y bajones del nivel de agua al final de este pequeño río al antojo de la gran hidroeléctrica. Queda el consuelo de alejarse río arriba.
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