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Los humanos fuimos durante miles de años caminadores. Sólo en los
últimos siglos nos volvimos sedentarios. Por eso las piernas se quejan si están
quietas. Los pescadores de truchas, y sobre todo los pescadores de truchas de
garganta, sabemos bien lo importantes que son las rodillas.
La maravilla de las rodillas. Esas bisagras de músculos, tendones
y huesos que nos permiten ir saltando de piedra en piedra con una facilidad de
bailarines. También está el sentido del equilibrio, los tobillos, las caderas,
los pies… pero las rodillas son para el pescador especiales, doblándose
millones de veces, permitiéndonos caminar y pescar, agacharnos o apurar el
paso, ir lejos.
Lanzo la mosca sobre el precario equilibro de una piedra lisa,
pequeña, pulida, mojada, en medio de la rasera que da a una poza. Flexiono las
rodillas. Camino sin tropezar durante muchas horas siguiendo la senda que sólo
imaginamos nosotros junto al agua. Hace mucho calor y me agacho a beber de la garganta
haciendo cuenco con la mano. Flexiono las rodillas.
Tal vez por eso me gusta mirar también las rodillas de las chicas.
La belleza de las rodillas. La promesa del camino que harán junto a mí. La
esperanza de que también sean incansables. Le digo a mi hijo el pescador que es
natural que el atractivo físico de los homínidos se fije en la expresión del
rostro, los pechos o el culo, pero si eres pescador no hay que descuidar mirar
las rodillas de la chica que te gusta.