I. Temas pendientes: escribir una novela de pescadores y de ríos sin
imitar a Ota, Norman o Ernest, ambientada en el siglo XXI y que guste a los no
pescadores.
II. Fin de temporada. Garganta preciosa llena de truchas pequeñas.
Coto de R. en Cantabria. Quince permisos al día. Dejan matar ocho truchas por
pescador. Deduzco que se matan cada año
unos miles de truchas. ¿Cómo va a quedar ninguna trucha grande? El pueblo pide
guillotina y deben rodar cabezas de trucha para tener contentos a tantos. Es
elitista no matar, una decisión poética, una opción ética y estética aún extraña, exótica, minoritaria.
III. Cuarenta grados a la sombra en ciudad jaula. El pescador monta en
el torno algunas mosca peludas y recuerdas aquellos días remotos y borrosos de
marzo y abril metido en el río y bien abrigado.
IV. Los hombres fuimos nómadas durante miles de años. Un viaje de
pesca nos hace recordar desde el inconsciente colectivo aquellos días
inciertos, peligrosos y libres. Los sedentarios son de otra raza distinta. Tal
vez más evolucionada. A uno le tira el viaje, el vagabundeo, no estarse quieto, el regalo que siempre nos da la incertidumbre.
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