Se mete en el río hasta que el agua le llega cerca del borde del
vadeador. Se queda en la parte de sombra que hace la chopera en el agua. Bajan
un montón de pequeñas efémeras amarillas ahogadas que las truchas picotean al
azar. Su señuelo es uno más entre miles.
Sentimos que crecemos porque los demás se van haciendo viejos.
También los amigos, los cuerpos que amamos, hasta los ríos que creímos casi
eternos. Pero envejecer no es ningún argumento, ningún artilugio para tocar la añoranza, sólo es la única forma de vivir y muchas veces nos permite acariciar
mejor este tiempo presente, morder el placer de otra forma, con más hambre. Al menos no somos
efémeras sino unos bichos bastante longevos dentro de la clase de los
mamíferos. No llegamos a los doscientos años de la ballena de Groenlandia pero
superamos en mucho los dos años de la musaraña.
Una trucha de buen porte ociquea por fin su trampa. Corre río
arriba y río abajo hasta acabar entre sus manos. Al dejar que se escurra entre
los dedos, el pez se queda por unos segundos nadando con suavidad sobre la corriente a
un palmo de su pecho.
Ese tacto mojado y mucoso entre los dedos. La suavidad de la
presión del agua en sus costados. El placer de hacer en libertad, la abolición
del tiempo, la delicadeza al dejar salir el instinto, la certeza de que no hay
derrota ni vejez por unas horas. Tal vez los pescadores a mosca sean mejores
amantes, tienen el cuerpo más despierto. Díselo a ella antes o después, a ver
si cuela.
Han dejado de bajar las efémeras muertas. Ahora las truchas se
ceban en lugares concretos y es más fácil lanzar el señuelo y prever la picada.
Sonríe a cada acierto y también a cada fallo. Clava muchas y muchas se sueltan.
La tarde acaba de comenzar y tiene por delante muchas horas. Siempre es así.
Se va a pescar para sentir que tiene de verdad todo el tiempo por delante. Ese tiempo
precioso de vivir y envejecer. Piensa que en el amor es a veces casi igual.
Entrar en unos brazos para sentir eso mismo. Si no hay ese placer con mucho deseo y poca prisa es que
no hay nada.
Más tarde las truchas desaparecen. Camina muy despacio río arriba
acechando alguna ceba. Cambia con frecuencia de mosca. Prepara un tándem por si
están comiendo estilo submarino nuclear, sin asomar el periscopio. Continúa chorrera arriba. No tiene
paciencia. Es eso siente que sigue siendo joven. Al menos.
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