Va engordando
la barriga de la tormenta. La brisa de la noche ha limpiado el bochorno de ayer
y la tarde esta fresca, casi fría. Al pescador le gusta el tiempo cambiante,
ver correr las nubes, como cambian sus formas y su color del blanco puro al
gris de plomo. Pero hay un momento de quietud y tres horas de luz por delante,
así que se deja de contemplaciones y ata una mosca grande de cuerpo obeso en pelo
de ciervo recortado, collar de colgadera y alas blancas también de pelo. Mosca
mutante entre trico adicto a la comida basura o un isoperla glotón de las
fritangas. Una mosca con sobrepeso, lorzas y morbideces siempre gusta a las
truchas grandes.
La deja caer
en los recodos umbrios, tras de las piedras que paran la corriente más honda.
Metido en el agua, sin vadeador. Pero no le importa el frío. Se siente bien dentro del agua que corre. Le ha acompañado
todos estos meses, cuando bajaba furiosa marceando pero también ahora, al filo
de julio, perezosa y suave.
Comienza la
tormenta, los goterones gordos y heladores. El pescador sale del río y se
guarece bajo una piedra enorme que hace de visera a una barranca. La lluvia
suena y aplaude en todas las hojas de este bosque, al tocar la superficie del
río, las rocas, los helechales, las jaras. Suena algún trueno, pero lejos. Igual que ha
llegado pasa en pocos minutos. Ve la cortina de agua espesa alejarse río abajo
y la luz se hace de pronto más intensa aunque el sol sigue escondido tras las
nubes. Vuelve al río, a lanzar la mosca obesa aquí y allá hasta que ve la
primera cebada y lanza por encima de la brevísima onda circular.
Se siente bien
allí, cómodo, en paz. Tras pasar la tormenta el mundo es otra cosa, un paisaje
recién inaugurado, un horizonte limpísimo en el que todo parece como nuevo. Sube
una trucha hermosa que vuelve a su guarida oscura en un instante, no hay tiempo de lucha, no
hay pelea. El hilo se ha cortado como si una afilada tijera estuviera escondida
allí en el fondo. El pescador se
acerca a donde ha ocurrido aquel misterio y antes de meter la mano en el agua sale su
mosca perdida a la superficie. Luego, tanteando la guarida descubre el filo de
la piedra y comprende.
Así es la
vida, pasan tormentas, buscamos refugios siempre precarios, nos asombra a veces la belleza, uno pierde lo
que desea, descubre los secretos de esas pérdidas y sigue caminando. Comprender
no consuela pero el río es hermoso. Nada duele junto al agua.
Otro bello día de pesca contigo. Ir al río sin esperar nada, ojalá pudiéramos tener siempre la misma actitud para todo. En el río, en el monte nos damos cuenta de nuestra verdadera dimensión. Gracias una vez más.
ResponderEliminarEmilio
Llevo quince días sin tocar la caña y con este calor madrileño ando medio zombi. He leído que de todos estos años que se tiene registro de las temperaturas, de entre los quince más calurosos, catorce han sido estos últimos catorce años de este nuevo milenio. El cambio climático nos está llevando a un mal futuro... mientras tanto añoro las nuevas tormentas...
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