La frontera de la adolescencia. A veces un segundo o un día
después ya no eres un niño, ni lo serás jamás. Tampoco un hombre adulto. Sólo
un joven perdido, confuso, lleno de sueños y energía. En ese filo del tiempo
está mi hijo el pescador.
Recuerdo aquella edad pero nunca con nostalgia, salvo los días de
río. De estar de verdad fuera de todo, con el día entero por delante, caminando
por orillas selváticas, metido en el agua, alejado también de mí mismo. Pasan después muchas cosas
y muchos años. Un día te sorprendes al descubrir que tu hijo es también
adolescente y no tienes nada que enseñarle. Sólo le servirá lo que aprenda con
su piel y sus errores. Eso te da miedo.
El hijo no pescador ya tiene diecinueve y acaba de ganar un
concurso de ensayo para investigadores sociales. A pesar de su pose de
pesimismo funebrista propio de una generación ahora machacada por la crisis ha
escrito algo lleno de optimismo y esperanza en el futuro, en la ciencia y en la gente. No le ha
dado importancia a su pequeño triunfo. Invirtió quince días de trabajo duro y
en verano, aunque algunos le decían ¿para qué tanto esfuerzo si no vas a ganar?. Tal vez porque
adivina ya que el triunfo es ahora otra cosa muy distinta. No tanto teorizar
como hacer. No tanto tener buenas ideas como lograr mejores realidades. Y para
eso falta mucho. Este gobierno nos ha dejado un erial económico y laboral, un
pantano de corruptelas, un descaro no disimulado a la hora de ponerse medallas
de chatarra y el aplauso internacional de todos los siniestros. Él dice que vendrán tiempos mejores, pero
porque la gente va a luchar porque haya tiempos mejores, no porque la flecha
del progreso avance porque sí o porque los paraísos neoliberales nos fabriquen
graciosamente un mundo mejor. Querían privatizar “también la lluvia” pero no
les dejamos. El hijo pescador mira a su hermano no pescador y se alegra. “A ver
cuando lo festejamos brother”, y luego siguen chinchándose.
Había escrito antes “ya no eres un niño, ni lo serás jamás”. Qué
mentira. Me basta el río para seguir siéndolo. Y el contacto con los hijos. De nuevo
deslumbrado, otra vez fascinado, con sueños y energía.
Esta tarde viajo al norte a verme con la gente de conmosca.com Cuantos adolescentes, cuantos niños.
Yo también ando por casa con adolescentes, ellos y un servidor. Y es que me siento igual de adolescente cuando a las puertas tengo el río.
ResponderEliminarEspero que sigas así, adolescente y pescador. tener la cabeza vieja es lo peor.
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