Pronto el fuego, pero ahora le parece un milagro este frescor de amanecer que corre por la orilla. El agua, aún opaca, no deja ver los barbos que ociquean tan cerca y salen de huida en cuando detectan sus pasos. Se sienta junto a una encima grande y prepara la caña, enhebra la línea, ata un bicho de floam parecido a una chicharra.
Pronto el fuego, pero aún le quedan unas horas de caminar a
placer, despacio, olvidando todo, descubriendo el pez y lanzando con mimo el
señuelo cerca de sus morros. Contempla varios kilómetros de orilla. Descubre un
zorrillo que viene a su encuentro, olisqueando alguna carpa muerta no se ha
percatado de su presencia.
Un gran barbo toma la chicharra nada más caer. La sorpresa se
reparte por igual entre el hombre, el pez, el zorro. No sabe su tamaño. Le saca la
seda entera y la reserva, luego corre en paralelo a la tierra por el fondo,
golpeando su cabeza con las piedras y se desengancha. El zorro trota monte arriba. El
pescador suelta una voz que suena en la inmensa soledad como las palabras de
furia de un dios griego.
Pronto el fuego. El disco anaranjado ya se ha vuelto amarillo. Casi son las nueve. Comienza a hacer calor. La inclinación de los rayos unos poquísimos grados
convierte el aire en helador o hirviente. Todo depende de él, una enorme burbuja de
hidrógeno encendida, un dios venerado durante miles de años por los hombres. Ya quema. Bebe con avidez de la cantimplora. Antes de dar la vuelta se
mete en el agua verdosa, nada un poco, sumerge la cabeza. Luego regresa como un
náufrago tranquilo que no espera salvarse o como un peregrino al que no le
importa llegar a Finis Terrae.
Un último lance de despedida cerca del coche, clava, lucha,
sonríe, como un dios griego embriagado de dicha vuelve a gritar fuerte. El eco llega
lejos, quién sabe si hasta el sol que ahora ya quema, a pesar de ser Octubre, como fuego de verano.
Octubre y 32 grados a la sombra. A un presidente del gobierno le dijo su primo (un primo bien "primo") que el cambio climático era una cosa de perroflautas e iluminados poco científicos...
De vuelta a casa pone la radio. Arde Galicia. Aluden al calor y la sequía. La que tienen los cerebros secos y recalentados de quienes quemaron bosques autóctonos de robles y castaños para plantar pinos y eucaliptos. De quienes permitieron ese tipo de cultivo de árboles que ya no es un bosque. De quienes recalifican terrenos y especulan con el suelo, la madera quemada, el futuro del mundo…
La gente piensa que los bosques salvajes tardan muchos años en recuperarse y al final vuelven a brotar, crecer y estar como antes. Pero un bosque primitivo, si se quema, ya no vuelve a salir, da igual que pasen cincuenta, cien o doscientos años. La tierra es ocupada por plantas arbustivas oportunistas como jaras, retamas, brezos, tomillos, ahulagas, cantuesos… que aprovechan con rapidez ese vacío, las cenizas y la luz. Los arbolitos que comiencen a salir ese año serán devorados por la fauna y la sequía no permitirá que se desarrollen lo suficiente el verano siguiente como para que sus raíces encuentren tierra húmeda. Las primeras lluvias arrastrarán gran parte de la tierra fértil y las cenizas volverán de pronto el agua de arroyos y gargantas muy alcalina matando toda la microfauna y los peces. El desastre perfecto.
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