jueves

PROTISTAS



Bosques de encinas de más de quinientos años que ahogó “el progreso” -el embalse no sirve para beber, ni riega nada- sus troncos calcinados por duros veranos e inmersiones sucesivas -según baja o sube el nivel del agua al antojo de la hidroeléctrica- parecen esqueletos de alien, fósiles de un mundo remoto o quizá joyas de cíclope o signos de advertencia "Hic sunt dracones". Muchas se cortaron para aprovechar su leña antes de la inundación del 63. Otras quedaron intactas y aún sobresalen sus ramas del agua como pidiendo auxilio a nadie. También el pueblo que una vez tuvo vida en la orilla del Tajo se entrevé a lo lejos y ya no pide nada. Escucho la berrea. Me sale un macho de venado a curiosear quien soy. A lo lejos pastan un buen bando de ánsares enormes, preciosos y algún pato cotilla. Sale el sol. Esta es la vida grande, tan importante, tan fácil de admirar, pero también lo es la vida pequeña e invisible de la que dependemos la encina, el venado, los ánsares, el pato y uno mismo. La microbiota, esos seres diminutos de los de depende nuestra salud, esos “bichitos” que nos colonizan cuando nacemos y vivirán con nosotros en simbiosis: bacterias, arqueas, hongos, virus y protistas nos ayudan a hacer la digestión, nos ceden vitaminas, nos protegen de otros microbios nocivos y participan en miles de procesos dentro y fuera de nuestro cuerpo. Ellos son nosotros. También están en el agua, en el humus de esta tierra, en el pez. Es fácil alabar la belleza del ciervo pero nadie hace versos sobre una protista o un virus cuyo valor para el ecosistema puede ser mayor que la ese animal de cuerna espléndida. Digo “valor”, esa palabra infame y economicista que sale de este “realismo capitalista” que aguantamos, una palabra arbitraria con la comparamos, ponemos precio a las vidas, sopesamos, hacemos ranking. El microbiólogo Ignacio López Goñi habla siempre de todo esto, para él, desde la ciencia, una bacteria o una arquea puede ser más preciosa que el vuelo de los ánsares grises que acabo de asustar. El agua se va volviendo verde, también los vegetales son seres sensitivos. Al agacharme veo que las algas unicelulares están llenas de copépodos y dafnias. Hace calor aunque ya es otoño. Adiós encina, protista, pez, os debo una sextilla manriqueña.




2 comentarios:

  1. Estoy leyendo por segunda vez Los rios salvajes.Sabes contar con bellas palabras como nos sentimos los pescadores en nuestro entorno que es el río y das a conocer los problemas de nuestra sociedad. No dejes de pescar y de contar. Un saludo. Juan C.

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