martes

A SALVO

...Tras caminar algunas horas, mientras Van Morrison canta todo aquello en su cabeza: “Hey where did we go / Days when the rains came? / Down in the hollow / Playing a new game” llega a la gran poza negra. Hace casi cinco años que no baja. Jaras y zarzas en la orilla derecha. La izquierda está llena de arboles caídos y sauces a punto de brotar. Hay que ir asomándose entre la maleza, entrar en el agua hasta la cintura y lanzar. Sobrecoge la belleza del gran charco, su misterio. La lobera allá arriba, tan cerca, y tan cerca todos los recuerdos. Sólo quién viaja a la vez con los pies y con la fantasía, con el caminar y la memoria, se mueve de verdad y va lejos. Los demás serán sólo visitantes, turistas de rebaño. Sólo quien viaja con los pies toca estos sitios que están al margen, los de belleza frágil y futuro incierto. Pasa un gavilán tras un mirlo en un parpadeo, tal vez menos. El agua está helada y sabe bien. Luego se sienta arriba, en la curva que hace la corriente. A un lado arena y al otro una montaña maciza de granito pardo forrada de musgo. Luego el cañón estrecha el río. Cincos años sin tocar este agua. Es toda una estúpida arrogancia haber dejado pasar ese tiempo sin bajar hasta aquí, sin visitar la poza y lanzar un señuelo. La belleza en presente nada tiene que ver con cualquier belleza imaginada o recordada o escrita. En ese instante, allí, todo se entiende, hasta el mínimo vibrar de la tierra volando alrededor de una estrella que aún, a esa hora, calienta bien poco. El tirón es pronunciado, como un pulso entre amigos tras haber tomado muchas cervezas y saber que da igual ya quien pierda. Saca sedal, recta hacia abajo, potente, violenta, muy rápida. El hilo se parte. En la ladera una jabalina protesta y sale del sucio, monte arriba, seguida de unos cuantos rayones. Tal vez un día desaparezca todo esto bajo el agua turbia de un embalse. O ya sin agua, la poza, entonces seca y verdosa, será como un cuerpo adolescente, a medias desnudo, muerto, expuesto al sol en una cuneta. Pero no piensa en eso entonces. Los acontecimientos fundamentales están sucediendo siempre en el instante y la meta de la vida no se encuentra en el horizonte sino que ya está en el presente. Y todos los instantes poseen una oportunidad revolucionaria, de cambio posible, de asomarse ahora a mirar aquello que hasta ese momento estaba escondido porque nos enseñan u obligan o convencen para mirar hacia otra parte, al porvenir. 


Ahora sólo está atento en beber despacio la dicha, la sonrisa en soledad, la desolación gustosa de haber sido vencido por un gran pez, la certeza del camino largo, la orilla sin rastros de otro, el río que aún le queda, el día entero en este torrente salvaje, por hoy a salvo. 
A mi hijo el pescador le encanta esta poza.

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