lunes

1391 RIO ESCAMANDRO (TURQUÍA)

 

Hace ya mucho tiempo que no queda nada de Troya. Ni siquiera hay voces que cuenten o coros que canten gestas y masacres, venablos viajando hacia la carne y gritos de agonía, escudos de bronce pulido y hexámetros dactílicos emocionando a la turba. Un rebaño de cabras se comen los brotes de las zarzas que nacen donde una vez estuvo la muralla y los escorpiones acechan a las lagartijas bajo los pedruscos de mármol que antes formaban un arquitrabe. Pero los olivos han florecido como entonces y el aceite empapará las piedras del molino al filo del invierno. Jonás acaba de cumplir quince años y se ha escapado de casa para bañarse en el mar. La marea ha traído a la orilla una caja pequeña de madera de cedro. Saca su cuchillo de pescador y rompe con cuidado el herrumbroso cierre. Dentro hay tres pequeñas monedas de plata ennegrecidas, un puñado de perlas y un anzuelo de oro que brilla como una leyenda. Recuerda que su padre invoca o maldice muchas veces a Tiqué, hija de Afrodita y de Hermes, diosa de la fortuna y el sino, la suerte y la prosperidad. Luchó junto a los venecianos y casi pierde la vida. Hoy, sin brazo derecho y sin orgullo, ya pensaba que los otomanos llegarían cualquier día al poblado y violarían en su presencia a la mujer y al muchacho antes de rebanarle el cuello y robarle las cabras. Pero Tiqué le ha escuchado.

 

El pescador no sabe que las monedas se llamaban «didracmas» y que la cuadriga acuñada en su reverso la conduce Júpiter. Tampoco imaginará nunca los meses y meses de frío y peligro que han costado a los buceadores árabes del golfo de Adén encontrar esas perlas, ni que el anzuelo dorado, fabricado por un artesano de Tharsis, era el regalo para una muchacha muy morena que se llamada Nudia. Nada ni nadie queda tampoco de aquel tiempo salvo la dichosa caja que ha escupido la marea hasta los dedos de Jonás. Con el pequeño tesoro, en el barco de tres velas de un mercader de Tesalónica, la familia escapará muy lejos. Saltarán de puerto en puerto dos años hasta llegar a Valentia. Allí comprarán tierras y una casa con patio, jardín y un gran huerto. Jonás aprenderá a leer y su maestro godo le regalará un libro en el que está escrita aquella historia de Troya. Esa tarde el muchacho se ha ido como siempre a pescar algunas anguilas, pero las peleas, lamentos y aventuras que hay en el libro le han distraído y solo ha pescado una carpa.

 

Han pasado tantos años, guerras y plagas que tampoco debería quedar nada de aquella familia de huidos. Pero Tiqué, cuando decide cuidar a sus elegidos, nunca se distrae. La casa sigue en pie y en sus cimientos están las otras casas. La rodean cinco hectáreas de naranjos y limoneros protegidos por muros de cañizo. Alba se llama la última descendiente de aquellos pescadores griegos que tenían la choza junto al río Escamandro. Entre sus pechos morenos y desnudos brilla aquel pequeño anzuelo de oro que ha ido saltando por todos los cuellos de las mujeres de su estirpe hasta llegar a ella. Cuando sale del agua le sonríe, se seca con una toalla que lleva a Bob Esponja estampado, mira el móvil un segundo y luego le besa. Para cenar ha comprado en el mercado un kilo de anguilas que ha asado él con un aliño de pimentón y sal gorda. Beben un retsina y de postre comen unos dátiles grandes que vienen de Irán, o al menos eso dice en la etiqueta del Mercadona. Por la noche, cuando solo el rumor del Mediterráneo se cuela por la ventana, él se levanta hasta el escritorio y teclea para ella esta historia. Mañana cumple treinta y ocho. Los que nada tienen solo pueden cocinar pescados de poco valor, regalar pequeñas cajas fabricadas con madera de naufragio y algunas palabras que no les pertenecen. 
 

 

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