Aunque ha cabido su vida entera en la mediana maleta de cartón y tela, no pesa demasiado. A parte de la ropa más nueva, los documentos de filiación, tres fotografías y la navaja de su padre, lleva un poco de tasajo de cabra, higos pasos y una frasca de vino de dulce. En el puerto de Cartagena se ha embarcado en el “Mefisto”, un mediano mercante griego que lleva a unos cuantos de la comarca hasta el sueño argentino a cambio de los ahorros de seis años.
Dos
días antes del viaje ha subido con las cabras por toda la sierra de las
Nieves, desde Istán hasta el Castaño Santo. Allí ha pasado la noche
arropado por el capote de lana, sus dos perros y los rumores del bosque.
Salvo la gente que viene, de cuando en cuando, a por algo de leña y a
rebuscar castañas y bellotas, nadie conoce como él este río Verde y sus
barrancas, cascadas y montarrales. La garganta se vuelve furiosa con las
lluvias de octubre, pero el resto de los días las pozas son seguras y
amables para pegarse un baño en Julio, llenar el trasmallo de peces en
Mayo y beber de cualquier sitio sin temor a las calenturas. Quince
kilómetros río abajo está el Mediterráneo, así que muchos días enfila el
rebaño por uno de los valles para poder otear ese horizonte azul del
fondo, y muchas veces, cuando sus dos hermanos mayores no tienen
peonadas en la Marbella Iron Ore Company Ltd. y se encargan de las
cabras, trota sierra abajo siguiendo el cauce del río hasta llegar al
mar, nada en la lengua de playa en la que entra el torrente y recoge
unas cochas de colores. Esta ha sido hasta ahora su única aventura.
El
mismo día en el que el “Mefisto” suelta amarras ha comenzado una huelga
general en Barcelona que se inició en la empresa eléctrica Riegos y
Fuerza del Ebro, perteneciente a Barcelona Traction, Light and Power
Company, limited, más conocida como La Canadiense. Pero ellos no se
enterarán hasta que no llegue el barco al Río de la Plata varias semanas
después. Durante sesenta años seguirá siendo pastor por allí, aunque en
lugar de llevar cuarenta y nueve cabras malagueñas ajenas por unas
sierras boscosas, vigilará quinientas vacas y luego veinte mil por unos
llanos de pasto alto y horizonte infinito.
Ha
cumplido su sueño de indiano, se ha librado de una guerra civil que ha
matado a dos de sus hermanos, de otra guerra mundial y de una posguerra
interminable llena hambruna y silencio. Ha pasado de ser un anónimo
emigrante que huyó de la miseria a ejercer de diputado socialista por la
provincia del Neuquén y poseer una gran finca ganadera en el confín del
mundo. Pero su hijo pequeño tendrá que desandar el camino huyendo de
los perros milicos de Videla y sus hijos mayores serán asesinados en la
ESMA. “El malagueño” ha fallecido antes y se salvará de sufrir por esta
infamia. Su único hijo vivo huirá de ese dolor durante treinta años y
trabajará de profesor en Uppsala, Örebro y Umeá, en el círculo polar
ártico. En su mediano bolso de buen cuero de becerra que le regaló su
padre cuando su fue a estudiar a Buenos Aires, además de la ropa más
nueva, los documentos de filiación, tres fotografías y la navaja de su
padre que antes fue del abuelo, lleva escritas en seis moleskines todas
las mil historias que escuchó al amor de la lumbre en esas intemperies
pamperas tan ásperas, y también la descripción minuciosa, incluyendo
dibujos y mapas, que le hizo su padre de aquel pequeño río salvaje y
precioso de su infancia por la sierras de sur de la península Ibérica.
Se
ha jubilado de emérito a los setenta y ha dejado de huir del dolor. No
le ha costado dejar su hogar sueco e invertir sus ahorros en una pequeña
casa en el pueblo de Istán que ha comprado por Internet sin ni siquiera
verla. Acostumbrado desde niño a la vida campera y luego, en Suecia, a
largas excursiones por la nieve, tiene buena salud y quiere recorrer el
famoso río Verde desde su nacimiento hasta que desemboca en el mar,
durmiendo por ahí, bajo los árboles grandes, comiendo cecina e higos
secos y bebiendo del río. Tras llevar cuatro días de exploración por el
pequeño torrente, fotografiando los rincones que pastoreaba su padre y
los arroyos en los que bebía y se bañaba, descubre que ha llegado al
embalse. Camina durante toda la mañana por una senda, flanqueada de
adelfas, que rodea el agua parada hasta llegar al muro de la presa y
desde allí, con sus buenos prismáticos de caza, contempla desolado lo
que hay más abajo. Donde tenía que estar el cauce y la lengua brillante
del agua descubre urbanizaciones, campos de golf, hoteles, centros
comerciales, carreteras, palmeras y calles. El anciano tarda un buen
rato en bajar a la ciudad que hay ahora. Por poco le atropella un
Ferrari en un paso de cebra. Donde desembocaba el río, en la ensenada
donde se bañaba su padre, hay ahora un montón de yates de lujo amarrados
a Puerto Banús. Una ciudad llamada Marbella se bebe el río entero y a
lo que en esa ciudad llaman “río” sólo es un pequeño desagüe seco de
agua de alcantarilla. No tardará el jubilado en vender la casa recién
comprada y adquirir otra en un lugar inhóspito de las montañas
Marjsfallet junto a la frontera noruega. Desde allí escribe lo que le
contaba del río Verde un cabrero de quince años que en 1919 lleva su
vida entera y un puñado de conchas dentro una mediana maleta de cartón.
(“Artes de pesca”. Fragmentos desechados)
No hay comentarios:
Publicar un comentario