miércoles

AZUL



Caminas despacio, pisando las piedras pulidas por miles de años de sol y crecidas, tocando los líquenes azulados que ya estaban aquí antes que los romanos pisaran con sus sandalias estas trochas olvidadas. Un amigo llama a los líquenes “el telegrama más lento de la tierra”, son una íntima simbiosis de algas y hongos, delicadas acuarelas de vida que han ido cubriendo siglo a siglo estas rocas, dura pintura vegetal que fue tejiendo con colores suaves el tapiz de tu tiempo de pescador.

Respiras el aire limpísimo ahora que las jaras y los tomillares están aún dormidos y el agua es un espejo oscuro. Sólo el sol, dentro de unos minutos, comenzará a volver transparente el río desde la orilla derecha. Contemplas el rayo azul de un martín pescador volando corriente arriba. Te gusta verle, mediada la mañana, en algún posadero bajo un sauce o pasando muy cerca de tus ojos hacia sus lugares predilectos de pesca. Te parece de otro mundo el azul metálico intensísimo de sus alas. ¿Cuántos años?, ¿más treinta y cinco? Y te sigues quedando embobado por su aparición, por ese azul deslumbrante que se refleja en el agua, en tus ojos y en toda tu memoria.

Ha habido muchos martines pescadores en este río desde siempre. Pero ahora sabes que tu “siempre” es muy breve. El maestro con el que comenzaste a pescar ya no pisa contigo estos líquenes, ni mira con idénticos ojos asombrados el paso del martín, no camina contigo todo el día entre canchos esculpidos por los diluvios, encinas y alcornoques centenarios y selvas de cicutas y helechos casi arborescentes. Ya no cruza contigo los difíciles rápidos orientando tus pasos, ni te dice dónde lanzar el señuelo, en qué lugar incierto espera la trucha grande su comida o el nombre en latín de esa flor.  Ya te lo enseñó todo. Hace años dejó el peligroso oficio de pescador. Y hoy, que no esté a tu lado, te parece imposible.

“Nunca saltes de una piedra a otra, sólo hay que dar pasos, ser prudente e intrépido, cuidadoso y a la vez arriesgado, tu me entiendes” Eso le dices a tu hijo el pescador y le cuentas la historia de los líquenes antiguos y de los martines pescadores que te han acompañado siempre en esta garganta. Entonces deseas, sin decirlo, que el “siempre” de este agua, de los líquenes, de los martines, de las truchas, de la vida del chico que te acompaña sea muy larga, muy viva, muy brillante, como lo son las alas del martín, el reflejo del río limpio, las escamas iridiscentes de los peces, los ojos del hijo pescador. 



6 comentarios:

  1. Gracias por tan explendidos relatos que nos narras, no me canso de leer tus estupendas entradas donde expresas de una forma impecable lo que significa ser un "padre pescador". Enhorabuena por tu estupendo Blog.

    Un saludo.

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    1. Gracias a tí Yago, por entrar aquí. Se que también tú eres un padre pescador.

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  2. Estupenda literatura de pesca.
    Que pena no escribir así, y que alegría poder leerte.
    Salud, Ricardo.

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  3. Sigo pensando que eres egoísta escribiendo sólo aquí; solo, en tu caverna negra. Publica esto en algún sitio donde hagas felices a muchos al leerlo y no sólo a mí y los cuatro iniciados que sabemos los tesoros que en esta guarida negra escondes.

    Saludos.

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  4. Bueno, tampoco es tan negro este río. ¿no?...

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