Cinco días
lloviendo sin parar. La garganta crecida. Millones de litros de agua
emborrachando a la primavera. Cuando salga el sol no sé lo que va a pasar. La
sabia y la sangre de la vida llenarán de flores la intemperie, la ribera, el horizonte.
Hay quien se engaña y piensa que las estaciones son iguales a las que ya
vivimos, imaginan que este abril será más o menos similar al abril pasado, que
el tiempo se repite y es previsible. Pero nada lo es en nuestra vida. Ni
previsible, ni repetido.
No se repetirá
este día, ni ninguno. No se repitió ninguno en el pasado aunque nos engañamos
pensando que siempre habría por delante otro día de río, otra temporada, otra
trucha.
Llueve mucho.
Las gargantas bajan imponentes. Son un espectáculo para los turistas. Las
personas entran y salen del paisaje con rapidez, se hacen la foto, vuelven al
coche, temen mojarse, ¿de dónde nace ese miedo al agua?. Nosotros seguimos,
arropados, arrullados por la maravilla de la lluvia. Esta sensación de
estar bien protegido por el vadeador y la chaqueta impermeable. Abrigado,
caliente, cómodo. La lluvia cae a ratos suave y a veces furiosa. Me gusta mucho
sentirla, estar dentro del río. Pesco despacio, caminando con prudencia. Adivinando los pasos seguros entre tantos remolinos y rápidos, entre tanto
derroche de agua pura que no tiene precio, ni mercado, ni trampa. Se me mojan y enfrían las manos y la
cara pero esa sensación es también placentera. Me indica que estoy vivo, sano,
fuerte, tranquilo, con ganas, muy despierto. La naturaleza es generosa. Me
siento afortunado de estar aquí y ahora, pescando
bajo la lluvia como dice la canción de la película, más o menos.
Oír las gotas de lluvia al caer en soledad merece de por sí el acercarse al río, garganta, embalse o lo que sea de turno. Y más vale que sea así, porque tal y como bajan los ríos y lo turbias que están las aguas en los embalses, no hay quien pesque. ¡Saludos!
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