El río sigue
muy lleno de agua y hoy también de soledad, de ausencias no queridas con las
que el pescador carga por la orilla.
Esta mañana ha venido al agua a respirar, a tocar el presente, a sentir la fuerza sutil y
brutal de estar vivo. Tenía diez años la primera vez que bajó a esta tabla
larga y abierta, A. le mostró que debajo de las piedras estaba el mejor cebo.
Al levantar un gran royo medio sumergido vio con sorpresa la maravilla de
aquellos seres de fragilidad sobrenatural y de belleza extraterrestre. Nunca ha
olvidado aquella tarde suave de primavera, los colores deslumbrantes de todo,
las miles de bogas y barbos remontando los rápidos, aquellos pequeños seres que
bullían en su pequeño puño ahuecado.
Luego, durante
muchos años, A. le fue mostrando otros secretos, pericias, trucos, virtudes de
los pescadores de truchas. Todo eso que aquí, en este blog, de otra forma, ha
intentando explicar al hijo pescador, aunque una y otra vez ha descubierto que
algunas experiencias y saberes no se dejan pescar por las palabras. Pero desde
hace unos pocos días A. ya no está, aunque sigue viviendo en el cielo de la memoria,
que es el cielo precario de los que no creen en el Cielo.
Le vienen a los
labios las palabras de Norman MacLean: “El
río fue excavado por el gran diluvio universal y corre sobre las piedras desde
el sótano de los tiempos. En algunas de las piedras hay gotas de lluvia y bajo
las piedras están las palabras y algunas de las palabras son las de ellos.”
El pescador se agacha y levanta una piedra muy suave y redonda bajo el agua
batida. Descubre que debajo siguen bullendo esos seres extraños y frágiles que un día se convertirán en
pequeñas hadas oscuras, pero recuerda sus palabras, las de él, protegidas del
olvido por este río aún salvaje y limpio y cuidadas por todas las truchas que
cogieron aquí juntos.
Camina aguas
abajo hasta la Poza Cortada y se mete en medio de la represa destruida para
pescar despacio, vadeando contra la fuerte corriente. No siente el tiempo ni el
cansancio. Ve las primeras hadas de la primavera, diminutas caenis, la chispa azul de un martín, el
sol dando un brillo intenso a este rincón del mundo donde ha llovido tanto. Piensa
que somos igual de frágiles que esos bichos parduzcos que se agarran a las
piedras bajo el agua. Pero con la memoria vuelve a cuando tenía diez años y A.
le descubrió que debajo del agua había maravillas y también junto a ella si
eres pescador, aunque, como hoy, estés solo.
Por suerte o por desgracia las ausencias de quienes estuvieron con nosotros nos acompañan con más fuerza que en lo cotidiano cuando nos acercamos a los lugares donde nos sentimos vivos junto a ellos.
ResponderEliminarYo personalmente me alegro, me siento honrado de haber compartido jornadas allí y de poder gozar de su recuerdo. Así que sólo queda dedicarles un tributo a base de dar lo mejor de nosotros mismos disfrutando de una buena jornada mientras ocupan nuestros pensamientos.
Un saludo compañero
Así es. Gracias Jorge.
ResponderEliminarPrecioso homenaje.
ResponderEliminarUn beso.