De nuevo andando por el agua. Días de “pesca
intensiva”. Primer día por la mañana temprano al río I. tras los barbos y por
la tarde a hacer volar la seca tras las truchitas de la bellísima garganta libre
de M. El segundo día, madrugón tras los truchones de la garganta J. y por la
tarde a engatusar capones entre la selva sumergida del crecidísimo embalse de
V. El tercer día
de nuevo al alba tras los barbos del río T. y por la tarde subida por la umbría garganta de P. con poca fortuna. En especial el
paseito de bajada de una hora por un camino jabalinero y luego de subida por la
difícil garganta J. puede considerarse “pesca extrema”. Ese último repecho cualquier
día acabará conmigo. No es mal fin.
Volvemos
maltrechos, reventados, hambrientos, felices, aunque no hayan sido todos los días
afortunados. Acabamos cada noche en la bañera con el agua bien caliente, su
espuma, su kilo de sal marina, su buen puñado de lavanda seca y una cerveza
helada para ir bebiendo con los ojos cerrados allí metido, en la gloria.
Ese cansancio es
adictivo y flotar en la bañera uno de los placeres más intensos y asequibles
que conozco. Mi hijo el pescador se baña con un comic, yo con un libro. Más de
uno se ha ahogado por culpa de un excesivo cansancio o relax del pescador.
Mientras
entrecierro los ojos, metido en la bañera pienso que tal vez no sean las
escasas truchas las que me empujan a bajar muchos días por la garganta J. sino
la belleza del paraje, de su bosque de galería, de sus pozas. Tal vez no
pesquemos solamente truchas, tal vez bajemos hasta allí para pescar ese horizonte,
ese paisaje, ese campo bellísimo que consideramos nuestro. Pero no es nuestro
sino todo lo contrario, somos nosotros los que pertenecemos al río, de sus
aguas bebo y con ellas lleno, derrochón, mi bañera, en ellas nado en verano y me tumbo a la
sombra de los sauces a echar una siesta en una hamaca mientras por todas partes zumban los bichos y la vida.
Me siento de
nuevo “en forma” y agradezco a mi cuerpo que no me falle, que tenga las mismas fuerzas
que mi deseo, que mantenga el equilibrio saltimbanquis por los canchos pulidos de
las gargantas, que no me canse pescar, ya sean barbos, truchas, carpas o
paisajes. Nunca sedentario, siempre andante.
Que dos grandes imágenes, el texto impecable como siempre. Enhorabuena por esas maravillosas jornadas,
ResponderEliminarun saludo
Gracias Mario. La verdad es que han sido días muy felices.
EliminarFQue bien conozco esos parajes, ríos y escenarios en general. Me muevo por muchas provincias y ríos pero como me tira mi tierra. En realidad no importa casi nada el número de capturas. Si no la calidad de las mismas y del entorno bello y sublime que lo envuelve. No entiendo ni creo que llegue a entender a aquellos "pescadores" que después de una jornada de pesca recuerden si han desanzuelado cinco, seis o doce truchas. No es igual clavar cinco peces en una escollera en un río regulado en cualquier provincia de CyL que hacer subir un hermoso pez de gran calidad genética en este paisaje bello y místico. No soy objetivo. Me dejo llevar por la pasión.
ResponderEliminarGracias por tu post. Me siento en casa.
Gracias DyT. La pena es que la preciosa garganta que hace linde entre Cáceres y Ávila sea "libre y con muerte", a pesar de todo tiene muchas truchas, aunque pequeñas, porque las de talla la gente se las lleva y es una lástima.
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