Joya hecha a medias por el artista Henry Duprat y una larva de tricóptero viva. |
Al pescador le
gusta conocer las voces de las aves, sobre todo de estos dos tan literarios, y
recuerda la oda de John Keats al pajarillo ese mientras monta en el
torno, despacio, unos tricos peludos, saborea un café muy caliente y mira por
la ventana, muy lejos, ya saliendo, el hilillo rosado del alba. Monta las
moscas con los pelos de las patas de una liebre cazada y ya guisada por él hace
unos meses. No desmerecen en nada a las míticas árticas que andan hoy en la
boca de todos los mosqueros. Él las ha visto correr entre los charcos de los
llanos conquenses y a tocado después sus patas mullidas y secas ¿para qué ir
tan lejos a por los pelos mágicos?
Los cuerpos de los
tricos los ha montado hoy rojizos, se fía de los consejos de J.M. que anda
también un día sí y otro también de maestro mosquero andante metido en los ríos
con su hijo, pescador también, enseñándole las mañas y las fuerzas de este arte fugaz o
de esta pasión inexplicable. Se lo encontró el otro día en la garganta de A.
esperando la hora bruja de la tarde con el chico, su mujer y su otro hijo. Le
regaló una mosca con el cuerpo más rojo que la sangre. Dijo: Esto aquí canela fina. Le emocionó ver a
los cuatro bajar a la garganta a aprender la lección y disfrutar del agua estando juntos.
Al pescador le
gusta la soledad del sábado, meter en la cajitas los tres tricos recién armados
y preparar despacio y a conciencia el resto del equipo. Tomar otro café, esta
vez con su tostada empapada de aceite y de tomate, su jamón por encima y un
zumo de naranja de remate, que hay que cuidar el paladar y las viejas
costumbres. Como no hay nadie más en la casa no anda con sigilo ni en silencio,
se siente soberano, muy libre, como quién conquista por fin lo que de verdad
importa, un día entero por delante para pescar sin el tiempo tasado y sin hora
de vuelta.
Disfruta de la
ligera misantropía de desear no encontrarse con nadie esa mañana y sentir que
el río es por entero suyo. Aunque las horas buenas son las de tarde el pescador
no puede resistirse a pisar el agua a eso de las nueve y bailar la danza de
bajar y subir los grandes canchos, lanzar los señuelos recién hechos, hundir luego
unas ninfas blanquecinas en las grietas donde acechan las pintonas y respirar
sobre todo ese primer aire del día fresco y fragante.
Y no hay nadie. Se siente muy afortunado. Sale el sol sólo para él en ese recodo de la garganta y vuelve transparente el agua. Deben de andar las truchas también recién desayunadas porque sólo le sube alguna inapetente, aunque las ninfas de cabeza de plata y cuerpo marfil si sacan a algún pez de su guarida.
Recuerda los últimos
versos del jovencísimo Keats porque otro ruiseñor, escondido en la hiedra que
cubre un roble seco de la orilla, se suma al ronroneo de las cascadas: tu himno se evapora más allá de esos prados,
del río por recodos, por encima del monte, y queda adormecido en los tristes
calveros del valle que abandono. ¿Era un sueño tu canto o visión de borracho?
La música ha volado ¿Sigo despierto? ¿Quizá estoy dormido?
A pesar de la
lentitud del día y de las últimas estrofas de la oda metidas en la memoria, nunca has sido muy
contemplativo sino más bien todo lo contrario. Te gusta mas sentirte trotarríos,
mosquero andante, impenitente nómada, culo de mal asiento, incansable enreda,
pescador siempre ligero de equipajes. Crees que estarte quieto en un sitio como
este es cosa de místicos y comodones, de sedentarios torpes, de turistas vagos,
de gente que no sabe que en el camino y río arriba siempre hay otro charco
mejor, otro pez más grande, otro recodo aún más bello, otro instante de trucha.
A eso de las once con el sol calentando, por sorpresa, en la última poza que decides pescar, ha
subido un truchón del fondo, ha tardado bastante porque el sitio es profundo.
La lucha ha sido hermosa aunque ha ganado el pez, o por eso. Seguro que Keats
hubiera escrito algo si hubiera estado allí, en medio de la música, el agua y el
instante.
Por ejemplo: Ni perlas ni pepitas de oro. Los tricópteros que viven aquí, el ruiseñor, la trucha, el pescador ya disfrutan de fortuna y de dicha.
Por ejemplo: Ni perlas ni pepitas de oro. Los tricópteros que viven aquí, el ruiseñor, la trucha, el pescador ya disfrutan de fortuna y de dicha.
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