Tras haber leído al gran John D. Voelker me queda la música de
sus palabras. Me gusta la falta de prudencia y la libertad con la que expresa
su pasión por la pesca este yanqui,
la forma elegante y barroca que tiene de explicar su amor por los ríos y los
peces. Los españoles, muchas veces fanfarrones a la hora de vocear los muchos y
grandes peces que hemos tocado, somos más “vergonzosos” a la hora de explicar
porqué pescamos, tenemos un estúpido sentido del ridículo del que aún no nos
hemos liberado.
Me queda la música del gran Voelker, más conocido por su
seudónimo de Robert Traver y, ahora que nadie escucha, me atrevo a seguir con
su canción y mi propia letra mientras camino por la calle de la ciudad,
porque en un rato no estaré en ella sino lejos, pescando:
Pesco porque en el río dejo
de tener nombre, edad, problemas y palabras sobre el porvenir.
Pesco porque en los ríos
encuentro la soledad querida tan alejada de la soledad odiada y de las
obligatorias compañías de la vida ordinaria y cotidiana.
Pesco porque metido en el
agua me siento feliz sin necesitar más objetos, ni lujos, ni deseos, sólo
tiempo por delante que ningún reloj tasa, un tiempo sólo mío y una libertad que
se acerca mucho a la soñada.
Pesco porque en los lugares
donde viven los peces corre la brisa, fría o templada, huele a bosque y el sol
centellea como si acabase de nacer la vida.
Pesco porque los peces saben
explicarte muy bien cuales son los secretos de la vida, su sentido, su clave,
su misterio, sin retórica, ni trampas, ni discursos; basta ver la ganas que
tienen de nadar de nuevo cuando los sueltas.
Pesco porque nada es mentira
en el río, cada suceso tiene su sentido y hasta el azar parece que se mueve por
las leyes invisibles de la naturaleza; leyes que también nos tocan a nosotros, aunque
nos creamos superioress y distintos.
Pesco porque en el río he encontrando
y aprendido todas las virtudes laicas que nos hacen mejores personas: ética, humildad,
tesón, paciencia, quietud, alegría, preguntas, sueños… y porque en medio de la corriente he
sentido lo pequeño y vulnerables que somos, no menos que un alevín de trucha o
una libélula que acaba de salir del agua.
Y ahora pesco porque es la
única forma que tengo de enseñar a mi hijo el pescador cuales son las tareas
que tiene este oficio de padre, donde están mis límites e ignorancias y cuales son mis destrezas y escasos saberes.
Pintura de Jason Bordash |
Sencillamente genial, compañero. Todo un manifiesto que comparto hasta la última coma excepto el último párrafo, por ahora. Un saludo
ResponderEliminarGracias Jorge. Es difícil muchas veces explicar los "porqués" a los no pescadores. Definitivamente para ellos y ellas somos pocos más que marcianos. Imaginan siempre una lado "contemplativo" que en nada tiene en verdad mi tipo de pesca. Sin contar con debe explicar además el "porqué" los peces vuelven vivos al río... Ahí me doy cuenta de la inmensa corriente utilitarista que nos invade. Hacer algo por "nada" no se comprende.
EliminarLlevo muchos días a las truchas pero echo mucho de menos tocar barbos. Esa carrera loca de los primeros segundos me pone siempre el corazón en vilo y se convierte casi en adicción.
Maravilloso
ResponderEliminarEmilio
Gracias E.
EliminarSerá que tenemos eso de decía N. Maclean, que estamos "hechizados por las aguas".