jueves

VADEAR



Nada hay de contemplación bucólica en pescar. El pescador es un tipo de acción, un andarín, despierto, atento, al acecho. Sin embargo todo eso lo vive desde la tranquilidad y la ligereza. No hay que demostrar nada a nadie, nadie nos mira, no hay disimulo social sino sinceridad desnuda con el río. Si rozamos la perfección en un lance o si erramos en un paso sólo lo sabemos nosotros, disfrutando de lo uno, aprendiendo de lo otro, a veces con dolor.

El hijo pescador lo sabe, si te embobas en el río te pegas la hostia, si te distraes no cogerán una trucha, si te relajas vas a probar lo fría que está el agua, si no andas atento romperás la caña, engancharás el sedal, perderás la mosca. No, no hay mucho bucolismo campestre en la pesca de la trucha, más bien es una mezcla de atletismo de fondo, meditación activa y baile hecho en el equilibrio incierto y resbaladizo de las piedras de un torrente.

No hay mucho espacio para el espectador aquí. Algún amigo o amiga no pescador me acompañaron alguna vez para ver "qué era eso de la pesca”. No volvieron. Acabaron pinchados por las zarzas o las ortigas, mojados, caídos, agotados de tener que ir caminando de piedra en piedra como una cabra o agachados entre la maleza y rodeado de bichos y agua. Una dijo: como en una selva de Vietnam. Otro dijo: está lloviendo, ¿habrá que irse ¿no?. Y otro: ¿Joer macho tu no pescas tu juegas a ser Indiana Jones incluido el “lático”! Y otra: Tu te quieres quedar conmigo, pescar no puede ser esto que haces, no sé dónde encuentras el gusto, lo haces para que no vuelva.

Le digo a mi hijo: Lo más prudente es no llevar nunca a pescar truchas a alguien que no sea pescador o pescadora.  Él sonríe y vadea el río con soltura. Cuesta mucho aprender a andar así entre las piedras, es como bailar un agarrado, hay que tener cuidado de no pisar los pies de quien abrazas, sobre todo porque aquí el agua debe estar a cinco grados. Seguro que cuando crezca el hijo pescador se las llevará de calle, será un gran bailarín.



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