lunes

ABRIGO


Bajas de nuevo al abrigo que hace miles de años protegía de las intemperies a otros pescadores prehistóricos. Al lugar que descubriste cierto día de tormenta hace ya veinte años. El cielo intentaba una variación del diluvio universal y los rayos con sus truenos sajaban el aire produciendo igual cantidad de ozono y felicidad. Te sentaste dentro con la caña plegada a contemplar el prodigio durante mucho tiempo.  Tras la lluvia seguiste pescando. Salió el sol con fuerza. Abril brillaba como si hubieran cubierto su verdor con miles de diamantes de muchos kilates y talla perfecta. Desde entonces has bajando allí muchas veces solo o con los hijos a contemplar el tiempo detenido, ver subir los grandes barbos, constatar el cerril empeño de la vida vegetal por crear belleza para alegría de las abejas y los ojos avisados o curiosos de unos pocos humanos. Sólo cada cinco o seis años se descubre esta parte del río con su molino antiguo, sus orillas de granito atormentado y su soberbia belleza. El resto del tiempo se esconde bajo el agua verdosa y turbia de un embalse, anegado por ese empeño del hombre en civilizar lo salvaje aunque no haya apenas beneficio, esa brutal voluntad de intentar domar los paisajes para vender luego sus pedazos. Destruyeron el río pero el río siempre vuelve.

Hacía diez años que no bajabas con los hijos y te ha alegrado que recordasen con nitidez este abrigo secreto, la larga bajada adivinando apenas los pasos que facilitan dos sutiles quebradas abiertas entre las piedras escondidas tras las retamas en flor, recobrar el perfume del campo y el instinto despertando de nuevo y haciendo que sonrías, la sed borrada con el agua fría de la cantimplora, los momentos preciosos mirando como brilla dentro de ti que estamos de nuevo juntos allí. Todo es tan frágil que temes mover un músculo y deshacer la magia.



Lo ves salir de la cueva de cuando en cuando. Enorme, oscuro, seguro de su poder. El resto de barbos te parecen pequeños aunque tengan todos un buen peso. El pez da un vuelta sin parar por la poza y se vuelve a meter en la penumbra del agujero. Aguas abajo la corriente pasa por un embudo de roca pulida y aristas afiladas. Aguas arriba el  río forma rápidos de poca profundidad donde los peces saltan y juegan a sentirse salmones. Varias veces se paró el pez un segundo ante la ninfita de cabeza naranja y oreja de liebre, pero no mordió el engaño. Cambias la ninfa por otra negra con brillos verdes. Desenvuelves el bocadillo de jamón con tomate y comes con hambre, hipnotizado por las carreras de los peces, los destellos del sol, el suave frescor del día. Saboreas también el mismo aplazamiento, no pescar aún, estar sentado compartiendo con ellos esa sombra, masticando, bebiendo, observando, sin pensar en nada que no estés contemplando, ni siquiera en el gran barbo que sigue saliendo de la cueva a su ritmo y se burla de todos tus señuelos.


I. y G. ya tan mayores, sabiendo y adivinando también lo que tu sabes y temes. El enorme barbo morderá la ninfa y correrá a esconderse a su cueva o emprenderá la huida corriente abajo y las aristas afiladas harán el resto. Tensarás unos segundos la caña, por unos instantes sentirás su fuerza en el sedal y después nada. Temes y sabes que llegará ese momento, igual que tienes la certeza de que este día es irrepetible y que te acordarás de él durante muchos años. En la pequeña cueva en la que descansáis hay pinturas antiguas, siluetas de manos, líneas abstractas cuyo sentido hace muchos siglos que borró el viento. Te sientes feliz tocando con la imaginación los siglos, inventando para ellos cómo era el mundo antiguo cuando por ese riachuelo remontaban grandes anguilas y truchas, mucho antes de que hombres como vosotros hubieran descubierto que con las palabras podían recuperarse fragmentos preciosos de una vida. Nada te pesa aquí. No tienes edad. Años atrás dibujaste en el fondo con un trozo viejo de carbón manchado con la grasa del jamón la silueta infantil de un pez. Pero ya apenas se puede adivinar tu dibujo. Hoy sólo ambicionas eso, que pasen otros diez años y puedan ellos volver a descansar en el pequeño abrigo, da igual si es contigo o sin ti. Sólo es importante que sigan subiendo los barbos jugando a ser salmones, en un río igual de limpio e igual de solitario.



2 comentarios:

  1. Bonito relato Ramón.
    Bonitas fotos.
    Está todo igual excepto el chaval, ¿No?

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    1. Si. Asombrosamente no cambia nada en este pequeño río. Sólo nosotros.

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