…Volvía de la Laponia sueca con un niño de once años que crecía rápido. Compartíamos lecturas, ríos, conversaciones y silencio pero me parecía que todas esas palabras se deshacían en el agua, que la memoria, por experiencia propia, era poco fiable, que en algún lugar debía escribir de esos días pasados y futuros de libertad y dicha, juntos.
Los ríos salvajes son difíciles y agotadores para un niño pequeño, muchas veces son arriesgados, hasta peligrosos, pero la vida nunca lo es menos. Crecidas, frío, rápidos, piedras resbaladizas o afiladas, lluvias torrenciales, abismos, maleza con espinas, ortigas… En el río el peligro se ve, no está escondido ni se agazapa en las trampas de la vida urbana. Él aprendió muy pronto a sortearlos ante mi sorpresa (los de la civilización, aún le cuestan). Y ante mi asombro, en lugar de yo enseñarle los misterios de vivir y de pescar, era él quien me enseñaba lo nuevo, lo sorprendente, lo misterioso de lugares y ríos que yo creía conocer.
Los ríos salvajes, desnudos, sin metáforas poéticas, son el agua dulce y limpia, la vida en sus millones de formas, también la vida humana que se volvió sabia en las riberas de los grandes ríos del mundo. Sin embargo veía como los estábamos destruyendo con una rapidez terrible, una saña inexplicable y una ignorancia ciega. Estábamos dejando a nuestros hijos la herencia de unos ríos secos, contaminados, anegados, destruidos ¿cómo era posible? Necesitaba escribir de todo esto. Comencé. Descubrí entonces que había otras madres y padres pescadores como yo, también no pescadores, que estaban sintiendo, escribiendo y luchando por lo mismo. Educando en lo mismo. Porque educar era eso, acompañar, reír, pescar, cansarse juntos, aprender de los hijos.
Han pasado los años y pronto mi hijo el pescador cumplirá dieciocho, ya no me necesita, tan vez nunca me necesitó. Yo a él sí. Luego tuve la inmensa fortuna de conocer a los editores de Varasek y ahora las palabras están dentro de un libro. Uno de los objetos más funcionales que ha inventado la humanidad: dura cientos de años, no necesita baterías, es barato, se puede tocar, doblar, subrayar, tirar desde sitios muy altos, golpear con fuerza y no se rompe, y si se rompe puede pegarse con un poco de cola. Acompañan mis palabras unas preciosas ilustraciones de Manuel Cuartero: de la nutria que me sigue muchos días en una pequeña garganta no lejos de Monfragüe, del mirlo acuático que pesca a mi lado en todos los ríos salvajes y limpios que visito, de una mariposa que muchas veces se posa sin miedo sobre mi caña. La espléndida foto de la portada es de David Luque (¡y yo estaba allí ese día!).
También agradezco a Emilio Roy su paciencia y sabiduría en las correcciones y sugerencias que me hizo, a Ernesto Cardoso las conversaciones y horas compartidas hablando de cómo ser mejores padres pescadores, a todos los "mosqueros andantes" de APCR y conmosca y lo mucho que he aprendido con ellos sobre como defender los ríos, ¡que son un bien público!, de la depredación de algunos. Tengo la suerte además de tener tres hermanos y una hermana, todos fanáticos pescadores con los que he aprendido a ser generoso junto al agua. Pero este libro no existiría si no hubiera leído y conocido a Guy Roques. El comenzó a escribir y hablar sobre los ríos españoles de una forma que nadie había hecho.
En el libro también hay un mapa de mi río más secreto. No quiero guardar el lugar para mí porque hoy sé que la única manera de proteger estos lugares es que otros como yo los conozcan y visiten y aprecien. Si no es así, si sigue desconocido y anónimo acabará pronto destruido, seco, contaminado o sumergido y muerto bajo otro embalse más. Cuidadlo, protegedlo, disfrutadlo, Para algunas cosas hay que ser conservadores y egoístas, para otras revolucionarios y generosos.
Además “los Ríos Salvajes”, los últimos ríos salvajes de España, ya no son míos, son vuestros.
Sencillamente genial.Tu hijo el pescador y esta novata pescadora están orgullosos de ti. Felicidades!
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