Se llama “El Triana” y era uno de esos bares que había sobrevivido
a varias posguerras sin cambiar su desnudez desolada, sus cuatro parroquianos
disecados con boina y negro de liar, los chatos de vino sobre la barra, tres
bombillas de cuarenta vatios que hoy estarán en un museo arqueológico y una
extraña pintura rojiza con miles de puntitos pardos que mucho más tarde
descubrí que eran cagadas de moscas, durante generaciones de intensivo trabajo habían
logrado esa preciosa pátina. Teníamos dieciséis o diecisiete cuando invadimos
el Triana. Bebíamos cerveza y solysombra a granel para demostrar nuestra
inmortalidad y rabiábamos por largarnos del pueblo para siempre, pero mientras
tanto, muchas veces, nos dejábamos hipnotizar por una fotografía que la generación
de nuestros hermanos mayores había grapado en uno de los muros del bareto: un cartel de Coz del LP “las chicas
son guerreras”. Desde él, una mujer vestida con un mínimo bikini dorado
medio bajado, una diadema de reina y una espada brillante con toda la pinta de
habérsela robado al primo toledano de Conan el bárbaro nos miraba
desafiante con la barbilla alta y semi
arrodillada sobre la chepa de algún rijoso dragón asesinado. Y a veces, desde
el tocata chispeante y ronco del Triana, sonaba la canción y a todos nos
brillaban los ojos porque sólo queríamos enamorarnos de las chicas más guerreras.
Luego me recogía a eso de las dos o las tres, tras haber cerrado
el Triana y el Luna y haber escuchado de nuevo el disco de Coz en “el caseto”
de Rufo, un garaje con chimenea y sillones de eskay viejo en el que nos
refugiábamos a beber, bailar, fumar, cantar y deprimirnos porque no nos hacían
ni puto caso las que de verdad eran guerreras.
Me levantaba a eso de las seis para bajar a la garganta pescar, caminando
cinco kilómetros de ida y cinco de vuelta, más los cinco de orilla salvaje.
Muchas veces, caminando en la noche más oscura, tarareaba aquella canción macarra
de Coz.
Jugar con ellas es como
manejar la nitroglicerina
tienen mas vatios que una
nuclear, y no son tan dañinas
y la mas cardo puede
tener, sabor a mandarina
rubias, morenas,
castañas, que mas da, todas están divinas
uhh!!,ahhhhh!!
las chicas son guerreras
Pasaron algunos años y huí a Madrid. Quiso el azar que mi casa
estuviera por Ventas, muy cerca de la Canciller, la catedral heavy de Madrid y
quisieron los hados que en la facultad conociera a M., una chica guerrera de
chupa de cuero, cardado revuelto de pelo azabache, vaqueros negros ajustados, converses blancas y sucias, con un genio y un
cuerpo parecido a aquel poster hipnótico de Coz. Yo no era heavy pero con ella
y otros amigos afines a su secta nos recorrimos muchas noches el Osiris,
Kaos, Excalibur, Rainbow para acabar casi siempre en la Canciller ante las
miradas, al principio aviesas, de los heavys que morreaban litronas y porritos en las
aceras de la puerta y luego ya más de colegeo cuando vieron que era asiduo y
que iba agarrado a cintura de M. Es posible que parte de mi actual dureza de
oído sea debida a aquellos años de decibelios y sobes junto a uno de los
bafles, pero nunca me lo pasé tan bien, jamás bailé tanto y de forma tan libre
y salvaje como entonces. Salvo los domingos, que con tozuda insistencia me
chupaba doscientos kilómetros de ida y doscientos de vuelta para seguir
pescando en mis gargantas, escuchando los murmullos de los torrentes y tocando
el cuerpo, también guerrero, de algunas truchas. De ida y también de vuelta sonaba
en la casette Rainbow, Iron, Obus, Leño, Scorpions… y Coz, por supuesto.
Las chicas tienen algo
especial,
las chicas son guerreras
desde el perfume a las
medias de cristal
las chicas con guerreras
tras una barra con pinta
colegial
las chicas son guerreras
en las revistas o todo al
natural
las chicas son guerreras
uhh!!,ahhhhh!!
las chicas son guerreras
Perdí la inmortalidad y mi afición al heavy. Comenzaron los
trabajos esterilizadores, las rendiciones sin lucha, la muerte de los que
amamos, las torpezas con consecuencias, los viajes sin placer, las soledades
nunca sonoras y el descubrimiento desolador del aburrimiento y sus drogas.
Mucho antes M. se había ido a su vida. De tanta ruina sólo me salvaban mis
huidas a los ríos, el frío del agua, las caminatas largas y en silencio, la
voluntad empecinada de no dejar nunca de pescar en ríos heavy, en ríos salvajes.
Muchos años después coincidí
con M. en una comida de antiguos compañeros de facultad organizada en un
adosado con micro jardín de las afueras. No quedaba nada de la heavy, vestía
como una anodina pija oficinista y encima había adelgazado. Su pareja actual
parecía del PP y se había vuelto medio rubia. Pero muchas veces, durante esas
horas, al mirarle a los ojos, vi que yo también era un estúpido tipo gris que
encima había engordado. De vuelta a Madrid, ella conducía porque su pareja había bebido
demasiado y roncaba detrás, le conté la historia de aquel cartel de Coz al fondo de El Triana,
también lo feliz que fui en La Canciller besándola junto al bafle y lo gilipollas que me había vuelto desde entonces. Pasábamos por la M-30, cerca de Ventas. Ella no decía nada. Manipuló entonces
algo en el volante y comenzó a sonar a todo volumen la canción de Coz.
Ellas suelen llevar el timón
y hacen astillas tu pobre corazon
y si ves el mundo girar
es porque las muñecas han puesto la cadera a funcionar
las chicas tienen algo especial
las chicas son guerreras
de la mas cursi a la tia mas legal
las chicas son guerreras
uhh!!,ahh!! las chicas son guerreras!!
Ellas suelen llevar el timón
y hacen astillas tu pobre corazon
y si ves el mundo girar
es porque las muñecas han puesto la cadera a funcionar
las chicas tienen algo especial
las chicas son guerreras
de la mas cursi a la tia mas legal
las chicas son guerreras
uhh!!,ahh!! las chicas son guerreras!!
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