lunes

EL RIO DE LA VIDA

Le cuento a mi hijo el pescador que "el río de la vida" es profundo, oscuro, transparente, grande, solitario, difícil. En él habita "Sombra" la trucha sabia y grande que persiguió mi abuelo y ahora persigo yo. Desde las Tres Juntas hasta el Puente Viejo. Son muchos kilómetros y muy duros pero a mi hijo el pescador le gusta ese paseo. Un día, estoy seguro, escribirá sobre estos días de sol, de lluvia, de ríos.

Hace poco le leí una página de Norman Maclean:

- A ti te gusta contar historias verídicas, ¿verdad?- dijo.

- Sí, me gusta contar historias que sean ciertas.

Entonces me preguntó:

- Algún día, cuando termines tus historias verídicas, ¿por qué no te inventas una, incluidos los personajes? Sólo entonces comprenderás lo que pasó y el porqué. Los que se nos escapan son siempre aquellos con quienes vivimos, a los que queremos y a quienes deberíamos conocer.

jueves

AGUA O SANGRE


El tiempo se escapa como sangre en la ciudad, pero en el río el tiempo nos acaricia.
Aborrezco cualquier tipo de bucolismo. Soy menos hombre junto al agua y más animal. Desnudo de retórica, pescar es pensar con nuestra mitad de agua. Amar con nuestra mitad de agua. Por eso el mar y los ríos eran siempre la vida en las palabras de los poetas. Por eso el mar y los ríos limpios son la vida en el silencio de los pescadores.

El hijo pescador, lejos. Por eso escribo.

lunes

PESCAR SÓLO


Si algo me gusta es pescar sólo, explorar nuevos ríos o visitar los conocidos a los que no veía desde hace un año. Estuve en Pedro Chate por la mañana, en Jaranda por la tarde y en el Ibor el día siguiente. Pedro Chate llena de mierda, ¿para cuando la depuradora? Los pescadores cuidamos los ríos, dejamos vivas y libres las truchas pero alguien sigue echando mierda al agua impunemente. Jaranda preciosa, limpia, cristalina, se puede beber del agua y esta llena de truchas autóctonas furiosas y bellas. El ibor lleno de millones de alburnos que suben a frezar y de grandes barbos. Luchar con la caña de mosca del 4# con un barbo de tres kilos es un placer. Alburnos y barbos entraban a mis ninfillas del 14, de cabeza naranja y pelo de liebre

Pero algo ha cambiado este año. Eché mucho de menos a mi hijo el pescador.


miércoles

MIGUEL

Sólo veo en la foto al pescador de truchas, feliz por el cansancio, casi el agotamiento. Feliz aunque sólo muestre una hermosa trucha y no una cesta llena.

Hoy las truchas son un bien precioso que devolvemos al agua con mimo, pero antes, en los míticos tiempos de la abundancia, para un pescador gourmet una trucha salvaje era un plato exquisito. Ahora ya podemos comprar (y son baratas) truchas para comer de piscifactoría, pero engordadas con piensos ecológicos, y criadas con mimo, sin ese sabor a pienso de gallina que tienen otras.

Sólo veo en la foto al pescador feliz y cansado al que le gusta la dificultad y el esfuerzo de pescar una trucha. El que se deja la piel en los ríos y en el monte porque sólo lo difícil, agotador y salvaje puede alimentar la pasión de un verdadero pescador.

La contaminación urbana e industrial, las minicentrales eléctricas, el poco cuidado hacia el paisaje de las riberas, los pantanos y presas, el uso del agua hasta secar los cauces, el uso de pesticidas y abonos que acaban envenenando el agua, los pescadores tramposos o furtivos (ya casi inexistentes), el desprecio cultural a los ríos considerados canales de agua para usar y no valiosos espacios de vida salvaje… han hecho de las truchas y de los ríos trucheros limpios y salvajes algo raro en España.

Sólo veo en la foto al Miguel pescador de “mis amigas las truchas”. Tengo la primera edición de esa pequeña obra “menor” y hace unas semanas compré una nueva edición publicada hace poco por Destino. Sólo siento que no escribiera más sobre nuestras “amigas”.

Este Miguel feliz, esa sonrisa, sólo puede entenderla otro pescador que ya pasó de los cuarenta. El libro que compré, la nueva edición, era para mi hijo el pescador.

martes

MADRUGAR


Hay pescadores de mañana o de atardecer. Nosotros, mis hermanos y yo, siempre fuimos pescadores de mañana, cuando ni siquiera se adivina en el horizonte que saldrá el sol. Más de una vez y más de dos nos ha tocado esperar el amanecer a pie de garganta y luego otras tantas veces nos ha sorprendido la noche por la senda de vuelta. Nos gusta el lance y también la pesca a mosca. El lance de mañana, la mosca al atardecer.

Recuerdo cuando tenía menos de dieciocho años y, sin carnet de conducir, me levantaba a las cinco de la mañana para llegar el primero a “las Pilas de Collado”. Me tocaba caminar de noche unos cuantos kilómetros con las botas altas puestas y la caña preparada, hasta con el señuelo atado, sin miedo a los perros ladradores ni a los espectros y fantasmas que se adivinaban en la oscuridad cerrada del campo.

Llegaba a la garganta siempre antes que Sinesio, el ferretero que me vendía las cucharillas y los sedales en el pueblo y que apreciaba como yo esa parte de Pedro Chate llena de truchas grandes y charcos hondos. Pero a veces él llegaba en su coche cuando yo enfilaba la última curva que me baja al agua. Corría entonces desesperado los últimos metros, cruzaba el agua medio a oscuras y pescaba deprisa y sin dejar huella los primeros cien metros hasta tener la certeza de que no me vería tapado por los sauces, los robles, las altas cicutas y conservar así mi ventaja.

Seguía pescando hasta el Lago de Jaraíz y luego, ya por la tarde, de vuelta al pueblo, de nuevo a pie tras el día entero de pesca.

Sigo madrugando, no puedo evitarlo. Levantarme a las nueve para ir a pescar me parece una terrible herejía. A mi hijo el pescador tampoco le cuesta madrugar y sé lo difícil que es para un niño levantarse a las seis un sábado o un domingo.

Pescar esos primeros momentos del amanecer es un placer especial. A veces siento que tengo menos de dieciocho años y miro para atrás, por si aparece el pobre Sinesio y me dice que espere, que ahora le toca a él pescar el primero, por una vez en tantos años.

lunes

ALMA

(Ilustración de James Yale)

No creo en nada trascendente, mágico o divino. Soy ateo, positivista, científico. Sin embargo el agua, los ríos, el bosque misterioso de las riberas, las piedras de granito de las gargantas redondeadas por miles de años, las propias truchas, la hermana nutria que me saluda tantos días de pesca… son para mi divinidades. Tal vez sea a pesar de todo animista. Está bien sentir que todo esto tiene alma, que los ríos tienen alma y hasta ondinas protectoras.

ADOLESCENCIA

Mi hijo el pescador me pregunta si él va a tener que pasar la adolescencia, si será un chico torpe, hipersensible, criticón, voluble… Supongo que si -le digo- las hormonas se revolucionan, el cuerpo se vuelve loco y comienzas a cambiar, crecer, desarrollarte, ya sabes. Pero estarás preparado, porque ya lo has visto en tu hermano, no te pillará por sorpresa.

En la adolescencia nace, crece, se consolida gran parte de nuestra forma de ser y estar en el mundo como pescadores. Yo no podía soportar estar sentado en una silla en la orilla de un pantano esperando a sentir picar las tencas en la punta de mi caña. Mi tío Miguel nos llevaba a pescar tencas, pero lo mío era escaparme a la garganta con una caña larga de bambú a tentar a las bogas y a los barbos en la corriente, nuestra pasión era la del trotarrios tras las difíciles truchas.

Un adolescente que aguanta siete horas de pupitre en el instituto es un héroe forzoso. Uno que aguanta tres o cuatro horas pescando sentado carpas o tencas es un tipo raro que será sin duda, en el futuro, un buen oficinista con la paciencia del santo Job para con sus empleados o sus jefes. No era mi caso.

Así era yo -le digo- más o menos con tu edad, mi tío Miguel se empeñó en la foto. A mi la tenca me pareció un pez triste, aburrido y algo tonto que se empeñaba en vivir entre el fango en lugar de hacerlo en un torrente de agua cristalina. No parece que presuma demasiado de captura. Yo descubrí que para mi pescar era estar siempre en marcha, ribera arriba, en pie, en el agua, buscar el pez y no esperar a que el pez me buscase a mí. Le digo: No tengo paciencia. Eso ya lo descubrí entonces. Tal vez por eso nunca sea demasiado buen pescador.

Mi hijo el pescador tarda un poco en responder. Creo que yo tampoco tengo mucha paciencia.

BLANCO


Subimos por una de las zonas más bellas de nuestra garganta, desde las Dos Juntas hasta el Puente Jaranda. Un lugar salvaje, solitario, difícil, de charcos preciosos y trucha autóctona.
Tal vez un lugar demasiado duro para mi hijo el pescador. Acabamos agotados pero el campo estaba hermoso. Blanco de flores de retama, de flores de espimo, de cerezos en flor, de agua transparente. Mi hijo el pescador dice "yo aquí no vuelvo". Ha perdido muchos señuelos y no le ha picado ninguna. Pero el sabe que volverá, que estas truchas no se dejan engañar por cualquiera, que pescar conmigo es duro y difícil siempre.

El remate fue caminar luego cuesta arriba por la calzada romana hasta donde estaba el coche.

Agotarse, no esperar nunca el premio, disfrutar de cada instante incluso del cansancio. A veces llegamos al límite de nuestras fuerzas... o no tanto. Después de comer hubo más pesca y el domingo snowboard en La Covatilla, la nieve perfecta, sin gente, mano a mano él y yo, entre la niebla y la ventisca.
Quién quiera vida sedentaria que se busque otro sitio. Otra vida.



viernes

INVENTAR


(Acuarela de Sue Melus)

Invento con mi hijo pescador una pequeña cucharilla ondulante. Igual que inventar moscas o ninfas, pescar tiene esa parte de imaginar y buscar la piedra filosofal en forma de señuelo, de lenta artesanía, de juego científico. Cabeza de tunsgeno naranja, cuerpo de fina lámina metalizada haciendo olas, pintas negras y rojas de rotulador indeleble, anzuelo curvo de ninfa. Lanzo el pececillo con una línea flotante del 6 especial para ninfa.

Dicen del fuego, la lanza, la cerámica, las pinturas rupestres... pero el primer hombre que inventó un anzuelo fue muy sabio... Luego la ciencia ha descubierto que la dieta de pescado nos hizo más inteligentes. Inventar un anzuelo implica ser artista, biólogo, ingeniero, pescador... un tipo listo aquel abuelo Cromañón.