lunes
EL RIO DE LA VIDA
jueves
AGUA O SANGRE
lunes
PESCAR SÓLO
miércoles
MIGUEL
Sólo veo en la foto al pescador de truchas, feliz por el cansancio, casi el agotamiento. Feliz aunque sólo muestre una hermosa trucha y no una cesta llena.
Hoy las truchas son un bien precioso que devolvemos al agua con mimo, pero antes, en los míticos tiempos de la abundancia, para un pescador gourmet una trucha salvaje era un plato exquisito. Ahora ya podemos comprar (y son baratas) truchas para comer de piscifactoría, pero engordadas con piensos ecológicos, y criadas con mimo, sin ese sabor a pienso de gallina que tienen otras.
Sólo veo en la foto al pescador feliz y cansado al que le gusta la dificultad y el esfuerzo de pescar una trucha. El que se deja la piel en los ríos y en el monte porque sólo lo difícil, agotador y salvaje puede alimentar la pasión de un verdadero pescador.
La contaminación urbana e industrial, las minicentrales eléctricas, el poco cuidado hacia el paisaje de las riberas, los pantanos y presas, el uso del agua hasta secar los cauces, el uso de pesticidas y abonos que acaban envenenando el agua, los pescadores tramposos o furtivos (ya casi inexistentes), el desprecio cultural a los ríos considerados canales de agua para usar y no valiosos espacios de vida salvaje… han hecho de las truchas y de los ríos trucheros limpios y salvajes algo raro en España.
Sólo veo en la foto al Miguel pescador de “mis amigas las truchas”. Tengo la primera edición de esa pequeña obra “menor” y hace unas semanas compré una nueva edición publicada hace poco por Destino. Sólo siento que no escribiera más sobre nuestras “amigas”.
Este Miguel feliz, esa sonrisa, sólo puede entenderla otro pescador que ya pasó de los cuarenta. El libro que compré, la nueva edición, era para mi hijo el pescador.
martes
MADRUGAR
Hay pescadores de mañana o de atardecer. Nosotros, mis hermanos y yo, siempre fuimos pescadores de mañana, cuando ni siquiera se adivina en el horizonte que saldrá el sol. Más de una vez y más de dos nos ha tocado esperar el amanecer a pie de garganta y luego otras tantas veces nos ha sorprendido la noche por la senda de vuelta. Nos gusta el lance y también la pesca a mosca. El lance de mañana, la mosca al atardecer.
Recuerdo cuando tenía menos de dieciocho años y, sin carnet de conducir, me levantaba a las cinco de la mañana para llegar el primero a “las Pilas de Collado”. Me tocaba caminar de noche unos cuantos kilómetros con las botas altas puestas y la caña preparada, hasta con el señuelo atado, sin miedo a los perros ladradores ni a los espectros y fantasmas que se adivinaban en la oscuridad cerrada del campo.
Llegaba a la garganta siempre antes que Sinesio, el ferretero que me vendía las cucharillas y los sedales en el pueblo y que apreciaba como yo esa parte de Pedro Chate llena de truchas grandes y charcos hondos. Pero a veces él llegaba en su coche cuando yo enfilaba la última curva que me baja al agua. Corría entonces desesperado los últimos metros, cruzaba el agua medio a oscuras y pescaba deprisa y sin dejar huella los primeros cien metros hasta tener la certeza de que no me vería tapado por los sauces, los robles, las altas cicutas y conservar así mi ventaja.
Seguía pescando hasta el Lago de Jaraíz y luego, ya por la tarde, de vuelta al pueblo, de nuevo a pie tras el día entero de pesca.
Sigo madrugando, no puedo evitarlo. Levantarme a las nueve para ir a pescar me parece una terrible herejía. A mi hijo el pescador tampoco le cuesta madrugar y sé lo difícil que es para un niño levantarse a las seis un sábado o un domingo.
Pescar esos primeros momentos del amanecer es un placer especial. A veces siento que tengo menos de dieciocho años y miro para atrás, por si aparece el pobre Sinesio y me dice que espere, que ahora le toca a él pescar el primero, por una vez en tantos años.
lunes
ALMA
(Ilustración de James Yale)
No creo en nada trascendente, mágico o divino. Soy ateo, positivista, científico. Sin embargo el agua, los ríos, el bosque misterioso de las riberas, las piedras de granito de las gargantas redondeadas por miles de años, las propias truchas, la hermana nutria que me saluda tantos días de pesca… son para mi divinidades. Tal vez sea a pesar de todo animista. Está bien sentir que todo esto tiene alma, que los ríos tienen alma y hasta ondinas protectoras.
ADOLESCENCIA
Mi hijo el pescador me pregunta si él va a tener que pasar la adolescencia, si será un chico torpe, hipersensible, criticón, voluble… Supongo que si -le digo- las hormonas se revolucionan, el cuerpo se vuelve loco y comienzas a cambiar, crecer, desarrollarte, ya sabes. Pero estarás preparado, porque ya lo has visto en tu hermano, no te pillará por sorpresa.
En la adolescencia nace, crece, se consolida gran parte de nuestra forma de ser y estar en el mundo como pescadores. Yo no podía soportar estar sentado en una silla en la orilla de un pantano esperando a sentir picar las tencas en la punta de mi caña. Mi tío Miguel nos llevaba a pescar tencas, pero lo mío era escaparme a la garganta con una caña larga de bambú a tentar a las bogas y a los barbos en la corriente, nuestra pasión era la del trotarrios tras las difíciles truchas.
Un adolescente que aguanta siete horas de pupitre en el instituto es un héroe forzoso. Uno que aguanta tres o cuatro horas pescando sentado carpas o tencas es un tipo raro que será sin duda, en el futuro, un buen oficinista con la paciencia del santo Job para con sus empleados o sus jefes. No era mi caso.
Así era yo -le digo- más o menos con tu edad, mi tío Miguel se empeñó en la foto. A mi la tenca me pareció un pez triste, aburrido y algo tonto que se empeñaba en vivir entre el fango en lugar de hacerlo en un torrente de agua cristalina. No parece que presuma demasiado de captura. Yo descubrí que para mi pescar era estar siempre en marcha, ribera arriba, en pie, en el agua, buscar el pez y no esperar a que el pez me buscase a mí. Le digo: No tengo paciencia. Eso ya lo descubrí entonces. Tal vez por eso nunca sea demasiado buen pescador.
Mi hijo el pescador tarda un poco en responder. Creo que yo tampoco tengo mucha paciencia.