Sólo veo en la foto al pescador de truchas, feliz por el cansancio, casi el agotamiento. Feliz aunque sólo muestre una hermosa trucha y no una cesta llena.
Hoy las truchas son un bien precioso que devolvemos al agua con mimo, pero antes, en los míticos tiempos de la abundancia, para un pescador gourmet una trucha salvaje era un plato exquisito. Ahora ya podemos comprar (y son baratas) truchas para comer de piscifactoría, pero engordadas con piensos ecológicos, y criadas con mimo, sin ese sabor a pienso de gallina que tienen otras.
Sólo veo en la foto al pescador feliz y cansado al que le gusta la dificultad y el esfuerzo de pescar una trucha. El que se deja la piel en los ríos y en el monte porque sólo lo difícil, agotador y salvaje puede alimentar la pasión de un verdadero pescador.
La contaminación urbana e industrial, las minicentrales eléctricas, el poco cuidado hacia el paisaje de las riberas, los pantanos y presas, el uso del agua hasta secar los cauces, el uso de pesticidas y abonos que acaban envenenando el agua, los pescadores tramposos o furtivos (ya casi inexistentes), el desprecio cultural a los ríos considerados canales de agua para usar y no valiosos espacios de vida salvaje… han hecho de las truchas y de los ríos trucheros limpios y salvajes algo raro en España.
Sólo veo en la foto al Miguel pescador de “mis amigas las truchas”. Tengo la primera edición de esa pequeña obra “menor” y hace unas semanas compré una nueva edición publicada hace poco por Destino. Sólo siento que no escribiera más sobre nuestras “amigas”.
Este Miguel feliz, esa sonrisa, sólo puede entenderla otro pescador que ya pasó de los cuarenta. El libro que compré, la nueva edición, era para mi hijo el pescador.
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