Cambio de ritmo. Saco de la vitrina la caña de bambú refundido, el carrete sencillo, la línea de seda paralela y ato dos moscas hechas por mi. Hace un rato ha descargado una tormenta grande, llena, hermosa, pero ahora sale el sol. La garganta no te deja oír otra cosa, el rugido del agua se te mete dentro, ensordece, relaja, te limpia. Las truchas se suceden y luchar con esta cañita de menos de ocho pies es un placer, también la seda que no salpica, que se posa y se levanta con la magia de lo bien pensado hace ya muchos años.
Le he dicho a mi hijo el pescador que esta caña es suya (además si la tengo yo es por él) Pescará con ella cuando yo ya no esté y mi parte de polvo de estrellas descanse por aquí, cerca del agua. Pero también, espero que la use muchos años antes. Le veré lanzar la seda y pescar estas truchas con sus moscas y ninfas. Y seré feliz.
Podría guardar la caña como objeto precioso, conservarla sin uso, pero siento que los tesoros solo son tales si se usan, si nos dan momentos de placer y de felicidad en el presente. Cuido estos pocos objetos para que estén en uso, para que no olviden que sólo viven cuando van al río y están en las manos de un pescador.
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