Le gustaría
decirle al hijo el pescador que la felicidad es una trucha formidable, rara y
esquiva que nada en un río grande y turbulento lleno de remolinos, de rápidos y
sombras. Le gustaría utilizar esa metáfora para que entendiera que la
felicidad no es fácil ni sencilla, aunque a veces, por azar y sin arte, podemos
pescar una trucha grande y sentirnos, sin serlo, un buen pescador.
Caminamos río
arriba muchos días, muchos años, aprendiendo todos los secretos de esta ciencia
o de este arte que es pescar o que es vivir. Si no somos demasiado tontos o
arrogantes, descubrimos muy pronto que pescar truchas grandes y difíciles tiene
poco de azar y mucho de trabajo, de no ansiar ese premio cada día sino de
olvidar la felicidad, la trucha monstruo, el sentido de tantos madrugones y seguir
caminando río arriba con un raro entusiasmo, sin perder la pasión, sin que el
agotamiento nos desgaste los sueños.
Le gustaría decirle
al hijo pescador que ser feliz o pescar un sueño tampoco
es importante, que lo que de verdad importa es no traicionar al amigo ni a uno
mismo, saber amar, tener el privilegio de ser amado y de saberlo, Ser y
sentirse algunas veces libre, independiente, soberano del tiempo de uno mismo, tener
curiosidad, que nos emocione la belleza sea cual sea su secreto y su forma, no
conformarse con lo fácil, saber estar solo y saber estar en compañía, tener
memoria, hambre y poder satisfacer, sin mucho lujo, ambas necesidades. Le
gustaría contarle al hijo pescador todo lo poco que ha aprendido como pescador y
como hombre, pero no le cuenta casi nada, por timidez o por pudor o por saber.
Pescan a veces
juntos, en ríos difíciles, pocas truchas casi siempre.
Cierto, la felicidad no es fácil ni sencilla. El truco para alcanzarla consiste en no buscarla. Perfecto como siempre, compañero.
ResponderEliminar¡Saludos!
Gracias Jorge. Pero a veces tardamos muchos años en descubrir ese secreto, que no hay que buscarla.
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