La ciudad es
fascinante para un chico de pueblo. Madrid, Londres, Nueva York, París, Praga,
Berlín, Boston… Mejor una ciudad grande con barrios muy distintos, calles
larguísimas y miles de personas trazando sus caminos invisibles. Durante años
caminas por sus calles sin conocer nunca bien su laberinto.
En todas ellas
me he sentido como en casa, feliz.
Igual me pasa
con los ríos trucheros. En todos los ríos, sin son limpios y poco transitados,
largos y salvajes, me he sentido como si estuviera de verdad en “mi río”, en mi
casa. Hasta en los torrentes más frecuentados siempre descubro nuevos recodos y
distinta el agua.
Se va
terminando el año y de nuevo me doy cuenta de la velocidad con la que gira la
tierra sobre si misma y alrededor del sol y el vértigo sol mismo vagando hacia
fuera de esta galaxia en forma de espiral que flota en alguna parte del
Universo. Apenas nada, un puñado de polvo de estrellas y, sobre esa bola de
polvo, el agua que llegó en meteoritos de hielo bebe la tierra e inventa la
vida. ¿Por cuanto tiempo? ¿y cuánto de él es nuestro?. No podemos por tanto
desperdiciar el tiempo, tan sólo derrocharlo, saborear el tacto de la tierra y
del agua, no demorarnos en tareas estúpidas y rutinas sin memoria.
Dicen los
neurobiólogos que sólo lo que nos cuesta, lo que requiere mucho esfuerzo de
energía y atención se nos queda grabado en la memoria. Lo que no es así lo
olvidamos casi al instante o al poco tiempo y no queda de ello ni rastro en las
neuronas, ni en las sinapsis, ni en el alma. Se lo digo al hijo pescador, pero
no para aconsejarle que se esfuerce en los estudios y las disciplinas laborales
(o no sólo) sino para que descubra que el placer, la dicha, la felicidad
siempre es mayor y no se olvida si el camino es difícil, costoso, complicado.
Pero él ya lo
sabe.
Hemos crecido
en ríos duros y broncos, con truchas esquivas, viejas, resabiadas. Pescar en
ellos nunca fue un simple paseo. Requiere voluntad, preparación, fuerzas
medidas, mucha pasión, resistencia a la frustración y la certeza de que esta
forma de pesca, y no otra más
fácil y accesible, es la que de verdad nos gusta. Volvemos del río exhaustos
pero felices y los días son inolvidables.
Hoy en la
ciudad, metido en tareas y rutinas, recuerdo el agua.
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