martes

INVULNERABLE


Dibujo de Gordon Allen

Agotado. El sol calienta los últimos minutos del atardecer. El pescador se sienta sobre una gran piedra con vistas a un largo tramo de río. El musgo seco está caliente. El sonido del agua es bronco y duro, se desliza por el aire igual que el Martín que vuela rapidísimo hasta el recodo del fondo.

Le gusta sentir el tiempo, cerrar los ojos, tocar el tacto suave del corcho de la caña. A veces teme que todo eso desaparezca para siempre. Ahora sabe que eso es posible. O teme que él no pueda bajar y ya sólo exista la música del agua en su memoria.  Se siente vulnerable. Muy pocas veces se siente así. Antes nunca.

Entonces ve a su hijo pescador salir a lo lejos, en la curva del recodo. Camina entre las piedras como si danzara los compases de una música ancestral. No mira otra cosa que el agua, sus pies, los oscuros remansos junto a los remolinos donde acechan las truchas. Sube despacio, sin dejar ningún lugar sin registrar. Todo le parece frágil en el atardecer menos él y el agua. El joven pescador camina con gracia por la difíciles piedras de la orilla esquivando las zonas muy pulidas, los canchos mojados y peligrosos, las ramas bajas de los sauces. Desde tan lejos puede sentir que es incansable, que su sangre fluye como fluye el río, de forma potente y descuidada, con toda la fuerza de la primavera y la vida.

Tarda media hora en subir pero la tarde se hace larga, la luz se estira dentro del tiempo. Me siento muy cansado pero saboreo este agotamiento físico. Gracias a él estoy aquí sentado y disfruto mirando como pesca el hijo. Veo el fulgor de la trucha que se retuerce sobre la superficie, su gesto tranquilo al recibirla, cómo se inclina en el agua para soltarla. Me siento entonces, de nuevo, invulnerable.


4 comentarios:

  1. Magnífico texto. ¿Nos podemos perpetuar como pescadores a través de otros, en este caso nuestro hijo?

    Me ha encantado cómo describes esas sensaciones y cómo, aunque alguna vez has escrito que te gusta pescar en soledad, en este caso -pescando con alguien muy tuyo- el placer se multiplica.

    Parecidas sensaciones he tenido viendo a pescar a mi hijo menor, disfrutaba enormemente viendo sus actitudes, sus posturas,...Aunque todavía no ha entrado en la pesca a mosca. Con el mayor fue todo lo contrario, lo perdí como compañero de pesca, por mi torpeza. Intenté describirlo en mi artículo en el nº 41 Danica: Pescando de Memoria, ¿pudiste leerlo?

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  2. Muchas gracias por tu opinión Emilio. Recuerdo tu artículo. Me pasa como a tí. Mi hijo mayor nunca ha sido pescador, pero si el pequeño, tampoco ha entrado aún en la pesca a mosca, aunque lo hace a veces, pero intuyo que entrará pronto.

    Somos una familia de cinco hermanos (cuatro chicos y una chica) y los cinco pescadores. Antes nunca pero ahora si me gusta pararme un rato y ver a alguno pescar, aunque soy poco contemplativo y cuando voy a pescar, ellos saben que paro poco y ando mucho y para volver nunca hay hora.

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  3. Mi niño sólo tiene un año y medio pero espero impaciente el momento de llevarlo al río por primera vez. Primero a mirar, luego a algún intensivo y más tarde mano a mano en algún pequeño arroyo...

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  4. Yo llevé a los míos muchas veces. Siempre fueron, son, días felices.

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