martes

ANACONDO



No fallaron las truchitas glotonas de la garganta J.
Toqué un buen puñado de ellas, rabiosas, francas, peleonas. Aunque ninguna sobrepasa los veinte centímetros y muerden muchas minúsculas a las que apenas les cabe la ninfa en la boca. Sus colores son bellísimos. Parece increíble que soporten como si nada las enormes crecidas de este año, pero supongo que llevan en sus pintas muchos miles de años de adaptación al medio.

Luego pude caminar un rato por una cola del embalse de V.
Colocaba con mucha suavidad la ninfa a medio metro del hocico del barbazo y el pez chupaba franco el engaño, pero no toqué ninguno. Los dejaba correr, apenas paraba la caña, pero uno tras otro rompían el sedal y no por su finura sino porque se rozaban con las piedras del fondo. Usaba un veinte, los últimos diez centímetros de hilo salían como si los hubieran desgastado con una lija, pelados. Conozco bien los fondos, son pequeños cantos rodados, pedregales de cuarzo, algunas piedras están fracturadas y cortan bien, pero el hilo no estaba cortado sino rozado, desgastado. Al último le dejé el seguro flojo e hizo lo mismo, me sacó media línea y luego adiós. Eran peces grandes y sabios. Otras veces, cuando he sacado aquí alguno, he visto sus rozaduras en los opérculos. Supongo que llevan en sus escamas unos cuantos años de adaptación al medio y a nosotros.

Se levantó de mis pies un bando de patitos apenas salidos del cascaron y la madre aleteando y fingiendo. También se arrancó un bonito macho de perdiz y un culebrón medio anacondo de lo grande que era. Eché de menos a mi hijo el pescador. Sentí la soledad extraña. Sé que le hubiera gustado vivir esos instantes, sentir como el sol templaba el día, coger una de las miles de efímeras que volaban, ver los patos, soltar una de estas truchitas y andar después por la hierba tan alta, haciendo camino.

Luego, ya de vuelta, sentí que no volvía. Algo importante dejo allí, cerca del agua, el modo en el que se acelera el corazón a la velocidad de la carrera del barbo o una forma de plenitud y libertad que sólo allí puede sentirse, cuando toco las pintas rojas de las truchas.



4 comentarios:

  1. Nunca nos vamos de esos lugares donde disfrutamos, nos dejan un "algo" dentro que siempre llevaremos con nosotros.
    Enhorabuena por esa jornada. En cuanto al hijo pescador, aunque se haya perdido momentos irrepetibles, seguro que juntos disfrutaréis de muchos otros.
    Un saludo

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    1. Ayer disfruté muchísimo con sólo una trucha hermosa tras el sedal. La orilla era una selva de hierba y la sierra estaba recién nevada... Pocas primaveras tan frescas y lluviosas como esta. Es verdad, nunca nos vamos.

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  2. Como si hubiera estado allí. ¡Qué bien contado!...como siempre.

    Saludos

    Emilio

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    1. Gracias E.
      El sábado sólo toqué 10, con el frío, pero con la que más disfruté fue con una que subía a la seca y no mordió. Verla puesta comiendo, a la caza, era todo un espectáculo. Y con 1 sola que toqué el domingo, luchadora como pocas...

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