lunes

BARRUNTO



Comenzamos a pescar y nos olvidamos de todo lo demás. O no. Hay veces que, a pesar de poner toda nuestra atención en dónde lanzar la mosca y dónde poner el pie, el cerebro sigue enredado en otros problemas y otras preocupaciones. Imposible desconectar aunque una y otra vez, en apariencia, nos hemos olvidado del mundo y estamos centrados sólo en lo que pasa en el torrente.

Incluso no nos damos cuenta, al principio, de estar distraídos. Estamos allí, después de un largo viaje, para tocar unas truchas y disfrutar de una buena tarde por delante pescando a nuestro gusto. Además el día está medio nublado, hay varios tipos de insectos cayendo al agua, los peces están puestos, el nivel de agua es el ideal y no hay más pescadores que nosotros en el tramo. Y sin embargo una y otra vez fallamos la tomada, clavamos a destiempo, tropezamos en la piedra más fácil, nos sentimos nerviosos al ver que nuestro compañero de pesca saca una trucha tras de otra sin aparente esfuerzo y nosotros apenas unas pocas. Cambiamos de color de mosca, de tamaño, de tipo, de forma de rastrear los charcos y la cosa sigue desigual.

Entonces nos damos cuenta, estamos pescando, si, pero una parte de nuestro cerebro, quizá unas pocas neuronas, siguen liadas, preocupadas, metidas en otra cosa que no es el río. Nos sentimos entonces irritados, irascibles, nerviosos. Hemos deseado mucho estar pescando allí y ahora que está todo a favor lo hacemos mal, descentrados, sin entrega, sin poder olvidar los problemas de la vida, no demasiado graves, pero si lo bastante como para no dejar de pensar en ellos por unas horas.

Y al día siguiente es casi todo lo contrario. Uno se siente centrado, limpio, entregado, metido en la pesca, atento a todo, sensible al equilibro, las distancias, las palabras que trae el agua y que susurran donde estará la trucha, cuándo subirá y a qué. ¿problemas?, ¿qué problemas?. No paro de coger peces y mi compañero falla, cambia de señuelo, se le lía el sedal, impreca, bufa… al final dice lo que uno no dijo ayer: joder macho, estoy distraído, no me concentro, estoy pensando en otra cosa. Sonrío. Hoy es él el pescador con las neuronas turbias.

Ayer, al final, desesperado, decidí sentarme, desarmar la caña y dedicarme a contemplar como pescaba el compañero, su inspiración, tino, instinto, fortuna, gracia… Pero hoy, libre por fin de polvo y paja, soy yo el que me siento una bailarina entre los canchos, no me canso, me salen todos las lances y casi todas las clavadas.

Es difícil olvidarse de todos los problemas en el río. A veces es posible, otras no y no de pende la cosa de nuestra voluntad o nuestros deseos. Intento dejarlos lejos casi siempre, uno tiene ya sus trucos y sus trampas, suelo entrar al río con el cerebro limpio y las neuronas concentradas en la pesca, pero ayer un problema me distrajo, me enredó y no pude disfrutar como esperaba de la tarde.

Pero la tarde de hoy lo ha compensando. Me siento feliz de haber repetido agua, de no haberme vuelto a la ciudad el domingo mohíno y escocido por el fiasco de ayer y dedicar estas horas preciosas a las truchas, esta vez con sosiego y pasión, concentración e instinto, ganas y libertad. Lo siento por mi compañero que le toco arrastrar por el agua su barrunto.

Luego, ahora, revisando las fotos, siento que he sido feliz esas dos tardes. Han sido muchas horas de privilegio con mi hermano y mis amigas en una de las gargantas más bonitas del país. Eso queda.


2 comentarios:

  1. casi nunca los días de pesca salen como esperamos. seguimos siendo niños ansiosos. el río nos enseña aceptar lo que hay, nos premia o nos castiga.Una escuela.

    Emilio

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    1. Y está bien que todos los días sean siempre una sorpresa. El río nos enseña "resiliencia", aprendemos a afrontar la frustración pero también a asumir los pequeños premios con humildad y gratitud.

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