martes

PARAÍSO IV


No se perdió aquel paraíso por ninguna manzana ni serpiente. Sólo la amnesia y la ambición fueron enmarañando el camino de vuelta a ese lugar.

Los tiempos en los que la abundancia era pequeña no sólo estaba el franquismo con su suela de clavos en el cuello de la imaginación de media España, no sólo había autarquía y censura, pobreza y persecución de esas libertades que hoy nos parecen casi naturales. Los tiempos en los que la abundancia era pequeña para la mayoría, (no hablo de los otros, ya sabéis, los que siguen mandando desde lo oscuro), también se valoraban cosas hoy casi perdidas como tener tiempo, conversar sin mirar otra cosa que a los ojos o salir al río para sentir una libertad casi instintiva, ausente de retórica y teoría. Los tiempos en los que la abundancia era pequeña los ríos aún estaban limpios a pesar de las diferentes murallas de hormigón que fueron encerrándolos, entonces los vivieron y pescaron gentes que luego yo conocí junto a esas aguas y que me enseñaron, nunca con las palabras, siempre con el ejemplo, como se debe comportar un pescador educado y un ciudadano cabal en cualquier sitio. Tal vez tuve suerte, quizá la mayoría de los pescadores de entonces no fueran así, yo no lo sé, sólo puedo hablar de los que conocí: Heliodoro, Fernando, Ángel, Miguel, Florencio… Y luego, por encima de todo, esa certeza de "paraíso" junto al río, ese brillo en la mirada y esa emoción de estar viviendo y compartiendo conmigo lo extraordinario del mundo, lo de verdad maravilloso, lo siempre memorable, ya fuera el salto de un pez o el vuelo de una libélula diminuta, el color de una piedra bajo el agua o la sensación de frescor al tener que nadar a la otra orilla con la ropa en la mano fuera del agua, la fuerza de una tormenta justo encima o el zumbido de miles de abejas trabajando en las mantas de flores que cubrían las orillas, el pálpito de una gran trucha entre las manos o el color, como pintada al óleo, de una rana, una espiga o una nube.

El periodista y poeta José Jiménez Lozano escribió: “porque tiene que haber habido alguna vez un paraíso, donde solo el tiempo de disfrute es tiempo. Soportamos la historia en espera de pequeños paraísos, que sostienen a los hombres en su tarea de producción”. A ellos, a esos pescadores que yo conocí y que vivieron su juventud en aquellos tiempos en los que la abundancia era pequeña, debo el saber dónde se esconde aún el paraíso y lo fácil que puede ser volver, lo cerca que está y lo sabio que a veces hay que ser para vivirlo y enseñárselo a otros como antes otros te lo mostraron sin ninguna reserva a tí.

PARAÍSO III


Junio. Hace frío hasta que sale el sol y la luz tiñe de todos los colores el paisaje. El agua brilla con una fuerza milagrosa y su arrogante transparencia deshace su pesimismo sobre el futuro de los escasos ríos prístinos de España. Es una lástima que sea un río de pesca con muerte que comparten dos comunidades autónomas porque es una de las gargantas más hermosas y salvajes que hay en este país, y conoce algunas. En otro país sería uno de esos lugares que atraen a cientos de pescadores y se publicita en las páginas de turismo natural de sus administraciones. Un lugar de ensueño.

Pero hoy no puede por menos que sentirse egoísta y poco solidario. Pocos pescadores conocen este paraíso en el que cualquiera puede tocar en un rato veinte o treinta truchas autóctonas, rabiosas y preciosas. Lástima que sean pequeñas porque las grandes las matan temporada tras temporada quienes aún no entienden que la militancia más inmediata, directa y eficaz que tenemos para defender a estas truchas y que sigan existiendo y poder seguir tocándolas, es no matar.

Está utilizando ninfas muy pequeñas pero prueba con alguna grande y peluda que funciona aún mejor. Sólo pesca un par de horas. Lo hace como a él le gusta, sin vader, sin chaleco, apenas con la caña y una caja de moscas. Vadeando con la alegría infantil que da mojarse, con la euforia de saber que en cada poza tocará una trucha y que su tamaño no afectará al placer de estar pescando allí, rodeado de vida y de luz.

Cientos de pescadores se hacen miles de kilómetros para poder tocar aguas como estas y él sólo ha tenido que conducir ocho kilómetros para estar ahí, en una de las pequeñas esquinas del mundo en el que podríamos inventar de nuevo el paraíso.


jueves

QUIJOTECA


Intento imaginar como serían los montes y campos de la España del Quijote, finales del XVI y principios del XVII porque en nada se parecen al campo de hoy. Se estima que en España podrían vivir entre siete y diez millones de personas ¿Se imaginan? Gente viviendo en villas y aldeas, también mucha gente viviendo en el campo pero aún así éramos bien pocos. Sin embargo en esos años había escasez de alimentos, el secano de una agricultura aún primitiva no daba para más y en esos años muchas tierras de pasto y monte se hicieron de cultivo. Cientos de hectáreas se quemaron y roturaron para incrementar la producción de cereal, aunque se mantuvieron las dehesas y montes públicos porque la dependencia energética de la leña o el carbón vegetal era total. Pero debemos imaginar que la mayoría de nuestro campo era monte salvaje e improductivo,  nada que ver con las cientos y cientos de hectáreas peladas que vemos hoy, con este campo continuo de viñas e inmensos labrados de La Mancha. La gente corriente, el pueblo llano, la mayoría, apenas contaba con pequeñas hazas, olivares de pocos árboles, viñedos diminutos y siempre muy cercanos a los pueblos porque la capacidad de labranza de los burros era muy limitada. Tener bueyes o mulas era cosa de ricos.

En el campo de ahora ya no existen tampoco los grandes rebaños de la ganadería trashumante que había entonces y con ella han desaparecido las cañadas, los cordeles, los descansaderos, las fuentes, las ventas habitadas en lugares remotos, las casonas de labranza, las quinterías, los cientos de molinos de viento y agua que trituraban el trigo o la aceituna al pie de todos los ríos. La caza menuda era muy abundante y la mayor no tanto porque además su derecho de caza era cosa nobles, no de villanos. Pero quién más o quién menos trampeaba conejos y pájaros para animar la siempre dudosa olla garbancera, pájaro que vuela a la cazuela. Alonso Quijano tenía palomar así que podía merendarse algún pichón de cuando en cuando. Los ríos corrían salvajes, sin presas, ni canales, ni mierda aunque había muchos molinos de agua para aceituna y trigo, y muchos pescador de red y de ventaja para comer y vender lo pescado.

Leyendo despacio el Quijote podemos detectar todo lo que hoy en el campo ya no existe y todo lo que entonces era inconcebible aunque pocos años después comenzaron nuevos desmontes y roturaciones rompiendo el precario equilibro entre las tierras de labor, de pastos y de montes y comenzaron a faltar la leña y los pastos para sustentar la cabaña vacuna y ovina, se privatizaron muchos montes y zonas de pastizales comunes de los baldíos, unos baldíos que usaban los labradores sin tierra para alimentar a sus cuatro cabras y sin estos pastos no podían alimentarlas, conseguir leña o bellotas. Y muchos agricultores casi pudientes habían pedido prestado para poder sufragar esos nuevos desmontes y labrados pero el valor de todas esas tierras comenzó a disminuir, a producir menos y muchos labriegos no pudieron pagar los intereses, los diezmos, los derechos señoriales, los impuestos del rey… y comenzó una gran crisis…pero esa es otra historia, aunque les suene…


VACIA

Explorando la España vacía, ese territorio más o menos difuso tan bien descrito por Sergio del Molino. En ese espacio aún quedan ríos que sólo están en los mapas o en la voz de los pocas personas que viven aún cerca. Fuera de ahí nadie los conoce. A veces esta soledad en la memoria de la gente los destruye. Otras veces este olvido los conserva transparentes y de verdad salvajes.

Lanza un tándem de abejorro y ninfa cobre a “una” barbo que patrulla su orilla. No hace ningún caso y sigue nadando despacio casi un metro dejando atrás mis señuelos, pero de pronto, como si estuviera pensando en otra cosa y se hubiera dado cuenta ya tarde que lo que había dejado atrás era comida, se da la vuelta muy rápido y a igual velocidad ataca la ninfa que aún flota entre dos aguas ya muy cerca del fondo. Pelea con ganas, se descuelga río abajo y hace que la seda se enganche en una piedra picuda. Maniobra con la caña sin destensar la línea y logra zafarla. La lucha sigue, se va al fondo, se restriega furiosa. Templa, aguanta, la va acercando medio engañada, para que no se enfurezca, hasta una zona poco profunda de grava fina. Nadie contempla el prodigio, la emoción invisible que se está grabando entonces, puede que para siempre, en su cerebro. Fuera de allí, fuera de su cabeza,  no hay paisaje, ni pez, ni cristal líquido, ni esta primavera lujosa y exultante que ambos están viviendo.

Hay territorios de España con una densidad de población inferior a las regiones más deshabitadas de Laponia o el norte de Finlandia. Espacios enormes de las dos Castillas, Extremadura, Aragón, la Rioja y partes limítrofes de Galicia, Andalucía, Cataluña y Valencia están casi vacías. Muchas zonas de Teruel, Cuenca y Soria ya están por debajo de los diez habitantes por kilómetro cuadrado. Sólo el 9,98% de la población nacional vive en los pueblos de esa “España vacía”, el resto se aprieta en las grandes o medianas ciudades.

Y allí hay ríos preciosos y también casi olvidados, a veces destruidos, a veces intactos. El pescador es hijo de esa España vacía. Vive en la gran metrópoli pero cuando está en esas aguas perdidas se siente en su hogar. Sabe moverse allí y le encanta estar y pescar sólo, sin prisa, sin tiempo, sin otros.

Luego el pez se marcha y él sigue por esa garganta, caminando hacia arriba, en casa.


CICLO


Existe hoy la duda de si alguna vez en la historia del planeta Marte hubo ríos. De si esas cicatrices enormes, idénticas a un cauce seco, estuvieron en un tiempo remoto llenas de agua. Si al final los científicos demuestran que en efecto fue así, debería cambiar el tratamiento que damos a nuestros ríos, nuestros mares o al cambio climático.

Aunque muchas personas educadas en este 2016 todavía creen en la religión, lo sobrenatural o los milagros, la ciencia se ha colado bien hondo, y esperemos que de forma irreversible, en todas nuestras cabezas. Durante muchos siglos, y gracias a miles de científicos y a sus descubrimientos, sus explicaciones e investigaciones sobre el mundo se han popularizado hasta ser patrimonio de todos, aunque sea muchas veces de forma básica y nos perdamos las sutilezas, prevenciones y matices de los análisis que hacen o hicieron los hombres y las mujeres de ciencia.

Todos podemos explicar cómo y porqué nacen los ríos en las altas cimas de las montañas. Desde bien pequeños nos contaron el llamado “ciclo del agua”, su lógica y sus bases empíricas. Sin embargo hubo un tiempo no tan lejano en que todo esto era una incógnita. Asombran por ejemplo las pesquisas deductivas e inductivas de Leonardo da Vinci. En su época los “sabios” más avanzados, él incluido, pensaban que había redes de ríos subterráneos, semejantes a los ríos de superficie, que por diversos sofisticados o exóticos sistemas llevaban el agua hacia lo alto. Leonardo no da con la clave pero se encargará de desmontar en sus manuscritos todas las explicaciones de la época sobre cómo y porqué el agua no podía fluir hacia arriba por esos misteriosos ríos subterráneos que también dibujó. La verdad es que sus palabras y su lógica asombran y es la de todo un científico del siglo XXI. Sin embargo no pudo dar con las claves de algo que a nosotros nos parece hoy tan obvio y hasta tan tonto como el ciclo del agua.

Tenemos la ciencia metida en la cabeza. Se han popularizado sus tesis y también sus certezas en muchos de los campos del saber. No hay periódico o revista o televisión que no cite o nombre o se asombre o explicite cada día un nuevo descubrimiento o avance científico. Sin embargo muy pocos de nosotros podríamos explicar con precisión y buenos argumentos todo lo que en apariencia damos por sabido. Ese ciclo del agua por ejemplo, que vemos tan bien representado y dibujado en los libros de texto en los que estudiamos, y ahora en los libros de todos nuestros hijos, no es un ciclo tan obvio o tan fácil, no somos ahora, con todo nuestro saber sobreentendido, mejores científicos que el viejo Leonardo haciéndose preguntas a finales del siglo XV sobre qué era un río, porqué fluía o de dónde venía tanta agua.

Hoy sabemos que no hay nada tan frágil como un ecosistema acuático. Ese ciclo del agua podría romperse y ya se está rompiendo en muchos lugares del mundo. ¿Nos pasará como a Marte? ¿cuándo todos los ciudadanos entenderán lo obvio? ¿cuándo comprenderemos de verdad sus consecuencias? ¿cuándo cambiaremos nuestra forma de vivir para evitar el desastre?