Una tormenta
de verano. Rayos, truenos y centellas. Primero el viento lleno de polvo y
calor, luego la sinfonía torrencial del agua. Soy un irresponsable, nunca he
tenido miedo, aunque dejo la caña-pararrayos de grafito en el suelo y me siento
en una piedra, en medio del agua, a esperar a que pase al menos el bronco aparato
eléctrico.
Recuerdo la
sinfonía de Maurice Jarre Building the Barn de la película Witness. El gris revuelto del
cielo, el agua fría golpeando sobre mi gorra y el impermeable, los verdes del
campo cambian al mojarse, tanta fuerza desatada, tanta furia y tanta belleza
para un solo espectador maravillado.
Ya sólo cae
agua fina. En tardes como estas suele haber eclosiones de hormigas aladas y las
truchas se ponen como locas nada más pasar la tormenta. Siento que a mi me pasa lo mismo, las buenas
tormentas despiertan las hormigas aladas de mi vida y uno se siente bien,
alegre, ligero, fresco, revoloteador. En cada postura sale una trucha que muevo
o que saco.
Pero no vine
aquí a contar todo esto sino a recordar el olor, de antes, durante y después de
una tormenta. Olor a ozono, a tierra mojada, a bosque empapado, no sabría
describirlo, es un olor muy especial. Para mi, uno de los perfumes de la
libertad.
(fotos de Francesc Luque)
¡Esa sensacion de que no te cabe en los pulmones todo el oxígeno que aspiras con el aire!
ResponderEliminar¡¡ Me encanta ese olor !! Te llena de vida y vitalidad
ResponderEliminarLo has vuelto a clavar. Ese olor que evoca a la calma después de la tormenta. ¡Saludos!
ResponderEliminarGracias Victor, Joaquín, Jorge.
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