sábado

MARCA



Entre una cuerda de piano y un pelo hay un abismo. Y durante estos años uno ha pasado ya por todos los niveles del existir sea a lance o a mosca: dacrones, trenzados, fusionados, nailones o fluorocarbonos de todos los diámetros y colores… He jugado sobre seguro con hilacos que podrían arrancar el tapón el río y probado luego a luchar contra buenos peces con sedales finísimos.

Hoy vivo en la ligereza, cañitas cortas y blandas, sedas del dos con fluoros del cero ocho o hilos para lance fusionados del cero cuatro, moscas del dieciocho al veinte, ondulantes de dos centímetros, pececitos de apenas cuatro. Subo o bajo de estos niveles según el río o los peces, pero tampoco demasiado. Donde pesco tampoco hay ningún monstruo y rompo muy pocas veces.

Cuando pesco en mi tierra el equipo también se ha ido aligerando, apenas una cajita con las moscas o los señuelos del día y cuando ya hace buen tiempo paso del vadeador. Esos días me gusta madrugar, caminar río abajo hasta la poza en la que comienzo a pescar desde hace treinta años. Voy prospectando así la garganta, sorprendo a las nutrias y a los patos, al jabalí y a las perdices, al amanecer y al rocío en los helechos. Luego comienzo a subir despacio y sin prisas, con todo el día por delante. Cada charco, cada tabla, cada poza me cuenta alguna historia en la que yo estuve presente. Reconozco las piedras y los árboles, los vados y las sombras. Si tuviera que decir cual es mi hogar nombraría a este torrente. Sin embargo de mí no queda nada en él. No dejo ninguna marca memorable, ningún rastro que me nombre. Lo he pisado muchos años y en él no queda ni una huella, ni una señal. Nada. Cada año crece la maleza en las imprecisas sendas y el agua de las crecidas borra de la arena las pisadas de mis botas. Sólo a veces, dejo encima de una piedra otra piedra allí donde picó una trucha buena por temor a olvidar, pero no olvido por ahora y la pequeña piedra la tira el viento o el agua o la nutria.


Tengo dicho que cuando muera dejen aquí las cenizas sin mayor ceremonia, por eso de que el abono de uno sirva al menos para algo y que siga el ciclo de la vida, junto a un gran alcornoque del que nunca sacan el corcho. Desde él se ve la curva del río donde se junta dos gargantas y la poza del águila más abajo.
Claro que uno quisiera poder seguir otros treinta años bajando por este sendero y que el río siga teniendo agua y truchas, pero el futuro es siempre dudoso. Uno espera que este río, como es natural, le sobreviva, aunque hoy tampoco eso es seguro. Joder.  
Pero no seamos pesimistas, ni funebristas.

Quedan muchos meses para la próxima temporada y a veces me sorprendo imaginando tácticas para pescar tal poza o tal recodo. Allí donde sé que se esconden las truchas grandes, una pequeña piedra marca el lugar, no en el río, en mi memoria.



1 comentario:

  1. Preciosa reflexión. Uno no es de donde nació, ni siquiera de dónde vive, sino de donde se siente vivo. Leyendo tu relato me he puesto a pensar cuál será el mío. No lo he encontrado, pero soy joven todavía y creo (espero) que me quedan muchos años para seguir decidiéndolo. Además, tristemente, en los pocos años que de "carrera" que llevo he visto morir algunos de mis hogares.
    Espero que disfrutes del tuyo muchos años más y que tardes todavía más en descansar allí.
    Un saludo compañero.

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