(Fotografía de la desaparecida Talavera La Vieja)
Hasta
hace unos veinte años, cuando tenía sed, si estaba por encima del pueblo, solía
beber de las gargantas (Cuartos, Alardos, Jaranda, Cuacos, Minchones…) y nunca
tuve ningún problema. El año pasado en Laponia volví a recuperar dicha
costumbre o privilegio, beber el mismo agua que respiran las truchas que
pescamos. Hoy, en casi todos los ríos de España, es imposible beber con
seguridad.
Puede
parecer algo nímio pero beber a morro del torrente o llevar colgada una tacita
de madera de abedul, tomar un poco de agua y saborear su pureza es un acto que
me sorprendía mucho allí en Suecia y me llenaba de una alegría extraña. Me
sentía igual que si estuviera bebiendo un precioso y raro licor.
Hoy,
todos los pescadores conocemos muy bien la dudosa calidad del agua de los rios
trucheros de España que se supone que son los más limpios. De los otros no
hablamos, por no llorar.
Este
verano, además, he podido comprobar como una garganta purísima y llena de
peces, en la sigo bebiendo a morro en su parte alta, como tiene la parte baja
embalsada por una pequeña presa, esa parte está muerta, llena de lodos y
sedimentos, de barro supurando burbujitas de metano. Habitualmente esos fondos
no se ven en ninguna presa porque los cubre el agua. Esta situación se ha
explicado por los biólogos en mil estudios, pero verlo en vivo y directo
sobrecoge. No había ni barbos. Los peces no son tontos y suben por encima del
desastre a las tablas y pozas limpias y bien oxigenadas, pero esa parte del
río, aunque sea pequeña, está destrozada. Es fácil proyectar estos datos, esta
realidad, al resto de ríos represados. Recordé la lucha en la que participé
para salvar Riaño. Recordé la entrevista que hice para un estudio a un
emigrante de un pueblo desaparecido bajo las aguas de Valdecañas y como, al recordar
con una precisión asombrosa a su Talavera la Vieja, se ponía a llorar.
Seguro que ganamos y progresamos mucho
gracias a tantas presas y pantanos que salpican España.
Y también
perdimos.
Mucho.
He pescado barbos entre las calles de Talavera, y pone los pelos de punta, incluso hay una plaza entera empedrada y sobrecoge pescar entre sus calles.
ResponderEliminarCierto. Los embalses trajeron progreso, pero también dejaron atrás muchas cosas que no compensaba perder. Y respecto a lo de pescar entre calles... no me lo quiero ni imaginar. Yo a lo máximo que he llegado es a ver emerger cabañas o viejos molinos, pero pueblos enteros, no. Un saludo a los dos
ResponderEliminarEntrevisté al vecino de Talavera la Vieja en el bar que habían montado en Madrid, en el barrio de Aluche, tras la forzosa emigración. En un momento dado me enseñó un mapa muy grande, como de dos por dos metros, dibujado por él totalmente a mano, minucioso en colores, nombres de lugares, lindes… era el mapa del pueblo, con las huertas y fincas de los alrededores hasta el más mínimo detalle. Me quedé mudo. Había dibujado de memoria, gracias a la suya propia y a la de sus padres (que también estaban allí) los límites de un lugar que ya no existía, era el mundo perdido para siempre de su infancia y el pasado de los suyos. También yo he pescado sobre esa ciudad, pero no me gusta demasiado Valdecanas, sólo los pequeños ríos que desembocan en él.
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