miércoles

ONDINAS


Últimos baños del verano. Hoy sólo. Recordando el vértigo de la fácil aventura de cruzar a nado a la otra orilla con mi hijo el pescador cuando era muy niño.

Muchos pueblos del mundo han venerado y sacralizado a los ríos desde hace miles de años. No hay ninguna de las grandes culturas de Oriente, antes de que existiese la historia y los monoteismos, Mesopotamia, Egipto, Siria, China, India, Persia… que no sacralizaran o divinizaran el agua.  
Hoy siguen existiendo pueblos que continúan con sus abluciones, rezos, bochinches y baños purificadores sin  importarles que el río no este limpio o que, como en el Ganges, bajen los cadáveres por la lenta corriente a medio incinerar, convertidos en alimento de cocodrilos, gaviales y peces. 

Nosotros, libres ya de trascendentalismos y dioses, seguimos sintiendo un cosquilleo especial cuando en lugar de bañarnos en la aséptica y azulona piscina nos adentramos nadando en las aguas profundas y oscuras de un río, tocando con nuestros pies las piedras y limos del fondo, sintiendo que nos rodean los peces y las algas pero también el remoto recuerdo de las ondinas, los tritones  y las diosas del agua. Tal vez para nosotros pescar también sea eso, una forma inconsciente y laica de purificación liberadora. El agua nos cubre, refresca y acaricia aunque sea a través del vadeador. Vamos al río a tocar truchas pero también para alejarnos, olvidarnos, dejar atrás la vida urbanícola que nos pesa y agota. Pescando nos limpiamos de toda la suciedades, rutinas, miedos y pesares. En medio de la corriente somos otros, más jóvenes e intrépidos, más sabios y libres. 

Vivimos las certezas agridulces de la ciencia y la técnica, de que el progreso y gran parte de la felicidad humana no dependen ya de dioses volubles, caprichosos o vengativos sino de nuestra voluntad, iniciativa, investigación, trabajo, cooperación, curiosidad o agallas para cambiar lo negativo del presente e imaginar un futuro mejor.  

Pero seguimos necesitando los ríos igual que hace miles de años y no sólo para beber agua limpia y regar lo fértil, también para meternos en medio de la corriente y sentir muy cerca su tacto vital y sus misterios. 




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